Al mismo
tiempo que salía de la cama se le encaramó la imagen. ¿Sueño o vieja lectura?
Vio el cuerpo del hombre tirado en el lodo, en medio del callejón. ¿Dónde
ubicar el hecho? Imposible. Lo cierto
era la noche, o la madrugada, y el cuerpo del hombre bocarriba, con los ojos
abiertos, con los brazos extendidos y la nariz sangrando.
Mientras iba a la cocina a preparar
la cafetera, oyó el grito de la mujer. “Ha vuelto el marido, borracho como
tantas veces, y se ha puesto a golpearla”, pensó. Luego se hizo un silencio
acariciado con ruidos leves. Luego escuchó abrir la puerta del apartamento
vecino, y los gritos de la mujer, otra vez, más fuertes, gritando
desesperadamente que alguien la ayudara.
Tomó el cuchillo de ancha hoja y se
dirigió a la batalla. Abrió la puerta y salió al corredor.
Nadie
había. Tampoco había gritos. Enseguida acercó la cabeza a la puerta del apartamento. Sólo escuchó el chancleteo de ella, y un televisor encendido a medio
volumen.
“Necesito beber varias tazas de café
para quitarme esta revoltura”.
Guardó
el cuchillo en el cubo de madera. Después de prenderle fuego a la estufa, vio
lo que sería la continuación del sueño o vieja lectura.
El hombre
se levantó del lodo y con la manga del saco comenzó a limpiar la sangre de la
nariz. En ese preciso instante se abrió una puerta y apareció la mujer que había visto en otro sueño o vieja lectura: con
los blancos pechos cubiertos por una estola verde limón, sin nada más que esto
sobre el cuerpo, y un paquete de envoltura incierta –podía ser gamuza o
terciopelo rojo- que le lanzó al hombre, gritando:
“¡Olvidaste
esto, querido!”
El hombre atrapó el paquete, lo sopesó con ambas manos y acabó guardándolo en el bolsillo interior del saco. Avanzó unos pasos y se detuvo para encender el cigarrillo. Después de soltar el humo, desapareció en la oscuridad de la noche, o de la madrugada.
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