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jueves, 14 de junio de 2012

Desapariciones











Había sido el calor, tal vez, o el cansancio acumulado de tantas horas de trabajo y de noctambulismo constante y sonante. O también, junto con todo esto, había sido el efecto de los ocho caballitos de tequila añejo; lo cierto es que, cuando Efraín se autonombró “el cronista de las cosas desaparecidas”, yo andaba cultivando orquídeas y corriendo con los pies desnudos en una playa del caribe, sintiendo lo fresco de una tarde que era otra tarde distinta, muy distinta y distante de la que estábamos viviendo los amigos a esas horas.

De regreso a la reunión, en el apartamento de Esteban, con los pies calzados y barriendo lentamente con los ojos el imperfecto ruedo de caras enrojecidas que se movían hacia atrás, hacia adelante, hacia los lados, me fui a contemplar el cuadro que había exactamente encima de la cabeza de Roberto. Era un óleo en que se representaba un atardecer y un lago, alrededor del cual había unos bultos que daban la impresión de ser montes y una pequeña barca. Era una barca flotando y sin tripulantes.

Tal vez a causa del calor o por las voces que se encimaban, o por los otros caballitos de tequila que había continuado bebiendo, fue así que me vi adentro de esa barca, con otros compañeros viajando hacia alguna parte difícil de saber. El aire olía diferente. Había frescura y silencios prolongados, y una paz que era el colmo de la dicha.

Pero como todo lo que se parece a la dicha inefable, de pronto la realidad de esta otra tarde fue quitando frescura al aire; el silencio había desaparecido completamente, haciendo imposible que la dicha continuara siendo dicha. Las risas que sacudían el cuerpo de los amigos, los interminables chistes que contaba Carlos, todo esto y el calor que no lograban expulsar los abanicos ni el aire acondicionado, provocaron que me sintiera atrapado. No tenía ojos para alcanzar la barca, ni fuerzas para correr en una playa del caribe, ni pensamiento para introducirme en los oceanos del silencio.

Antes de hundirme definitivamente en los remolinos de la ebriedad, recuerdo que pensé en la barca en que había estado oyendo el chapoteo del agua del lago contra el casco de madera y líquen, y las risas de los amigos como un coro, y el silencio espeso, seco, lleno de olvido y desapariciones.  





1 comentario:

  1. Preciosa la música, una de mis favoritas. La historia muy melancólica, no sé porqué me has recordado a "el viejo y el mar" de
    Hemingway. Besos!

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