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viernes, 9 de marzo de 2012

En las grutas del ombligo




El espejo no mentía. Allí estaba expuesta la deformidad de Bruno. Aunque cada mañana buscaba ver a alguien diferente en el espejo; otros ojos, otra boca, otras orejas… la realidad acababa imponiéndose. Debía aceptar su miopía, salvada apenas por los gruesos vidrios. Pero lo grave no era esto; después de todo, usaba gafas desde que tenía uso de razón. Lo preocupante era que, desde hacía meses, la oreja derecha le había crecido en la zona lobular. Allí se le había ido conformando un bulto redondo de carne anaranjada. Curiosa y extrañamente, a la par que se perfeccionaba la redondez en el lóbulo derecho, la oreja izquierda fue arrugándose en esa misma zona, o mejor, fue achicándose. Era como un arte de toma y daca: la oreja izquierda cedía su lisura y su plasticidad a la oreja derecha; ésta le dejaba el derecho -comparativamente- a mantenerse menos siniestra.     
     Es posible que acabe hecho un garabato, pensaba Bruno, al tiempo de afeitar su cara. Y continuó diciendo: Es posible que mi descomposición sea la otra cara en que habrá de convertirse Mabeca. Cada día más y más bella. Más y más agradable a la mirada de los hombres. Y siempre, como si así marcara aún más las deformidades que se estaban apoderando de su rostro, cortó la barbilla, al tiempo que pensaba: ¡Qué horror el tener que mirarme todas las mañanas! 
      La sangre comenzó a escurrir y fue bajando por el cuello hasta el diafragma. En esa zona, reflejada por el espejo, los ojos de Bruno permanecieron sin pestañear. Allí se mezcló el color de la sangre con la sensación tibia y -casi- grata, como una caricia que establece un sin fin de hilos extendidos, a través de los cuales el corazón se expresa, la respiración se pronuncia, y la piel, toda la piel, se dilata hasta tocar el aire de todas las cosas que asoman y que están alrededor de quien oye ese corazón y sabe que es el suyo, que es el mismo corazón de donde tuvo que escapar la sangre que había llegado hasta las grutas del ombligo. 
      La sangre. En el ombligo. 
      En las grutas del ombligo.
      Mientras tanto, afuera el sol permanecía lejano para sus manos.



2 comentarios:

  1. Qué historia tan peculiar. Las Grutas que se pueden llegar a tener son bastante complejas y no solo físicas sino también mentales.
    Por ahora, las únicas que prefiero son la de las playas, que me remiten a algo lindo!
    Lore

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  2. Gracias, Lore, por pasear tus ojos en las grutas de esta instantánea conseguida en Bruno.

    Y sí, hay grutas mucho más lindas que las expuestas en el brunesco ombligo.

    Saludos

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