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viernes, 2 de marzo de 2012

Desgajamientos







¿Era un título de más o de menos? Se dijo Lenzo al salir del edificio de treinta y cuatro pisos.

Por cierto, al salir fue como verse en un afuera encerrado por las torres de otros ventanales. 

En el autobús la cuestión cambió de rumbo. Se vio con otros papeles entregándose en otras manos. Se experimentó lejos de las filas y filas de cuadritos, lejos de las cajas metálicas y manejando otros archiveros, escuchando otras voces. Casi presintió la entrada junto a otras realidades que se le iban a morir pronto; en caso de mantenerse aferrado en el ir y venir por los corredores de aquel laberinto de oficinas, subiendo y bajando en los mismos ascensores de todos los días.

Minutos después, se le encimó otra duda mientras miraba estilar el agua en el falso vidrio de la ventanilla. Fue una sobreposición de dimensiones la que lo llevó a entender hasta qué punto la lluvia de afuera podía ser la lluvia que lo empapaba por dentro.

Hasta los huesos.

Enseguida escuchó otra cuestión que lo perdería en esa tarde para siempre: 

¿Era un asco de horas o de sapos cayendo en lo flaco de mi pecho?

Apretó los puños y los chorros de agua empaparon hasta los huesos.

 Ah si esto fuera sangre.
Ah si todo esto no fuera más que un mal sueño.

Así comenzó el desgajamiento. Así empezó a chorrearse la naranja de sol que se le había olvidado desde hacía tantos años; desde la muerte de la abuela Genoveva. Vieja loca que murió cantando sobre un puente sucio y apestoso donde se reunían los crápulas a beber y a drogarse. 

Por cierto, esa tarde estaban, como cada tarde, los crápulas en otro mundo como para percatarse de la realidad macabra en que estaba disolviéndose la vieja Genoveva.

¿Era un cielo transparente cuando murió la abuela?

Más por esas cosas del automatismo que por voluntad propia, Lenzo apretó los párpados hasta mojar de rojo la gris realidad en que se había acostumbrado a vivir desde aquella tarde aciaga.


¿Hace tanto tiempo?

Como debía ser, al enterrarla no se olvidó de llorar con otra lluvia menos fría que ésta que ahora caía del otro lado del plexiglás.

¿Ahora? ¿Quién puede hablar de este ahora?

Hasta los huesos.

¿Estaba seca la tarde en que murió la abuela Genoveva?

Al descender del autobús, Lenzo ignoraría que ya nunca más iba a tocar piso. A partir de entonces, el infinito cielo de la noche lo impulsaría a cantar, tal como lo había hecho la abuela, sólo que ahora sin puente ni crápulas. 


En otra ciudad, en otro país y en otra lengua.

¿Ahora? 


¿Quién puede asegurarlo?






3 comentarios:

  1. Me gusta mucho cómo has llevado el hilo conductor de la lluvia en el relato, a hacer un efecto de espejo entre lo que ve y lo que siente. Por ejemplo: “…lo llevó a entender hasta qué punto la lluvia de afuera podía ser la lluvia que lo empapaba por dentro”.
    Mi frase preferida es ésta:“Así empezó a chorrearse la naranja de sol que se le había olvidado desde hacía tantos años; desde la muerte de la abuela Genoveva”.
    Un abrazo.

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  2. Bajo el sol de lo mismo puede, desde luego, mantenernos sin sol que caliente por lo menos el croar de tanto brinco-sapo que nos re-tumba hasta los huesos. Bajo el sol de lo mismo, el desjamiento de tanta nada, que nada en nosotros.

    Me has hecho caer en la cuerda gutural de los sapos.

    Abrazos en batir de álas, mi buen!

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  3. Gracias, Blanca. La lluvia es y será, para mí, todo un símbolo que me coloca de lleno en las poéticas de la introversión y el extravío.

    Un abrazo

    Eze, me da mucho gusto tener noticias tuyas. El sol como el río de Heráclito, nos lleva a vencer la sensación de siempre lo mismo, o si lo prefieres, a ganar la ilusión de vivir siempre lo distinto y diferente.

    Un abrazo

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