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viernes, 30 de diciembre de 2011

Reacción de Znhada


Lezguievo Znhada leyó el texto en que hablo de su persona y del texto que le rechazaron en la revista cultural  Blue Sound. Como reacción a ello, me ha pedido que muestre un texto suyo. He aquí lo que me entregó y que quiero compartir con ustedes.

SIN CERO EN LAS PUPILAS

78 millones de ventanas abrimos
al cielo de polvo seco,
negro como la memoria de un muerto
78 millones de bocas callaron
ante la muerte de tantos niños
de tanto tiradero de comida
en los países de primer mundo
78 millones de perros mordieron
y tragaron el cuerpo de mis sueños
el cuerpo de los niños que me acompañaron
hasta el otro día, cuando 78 millones de pajaritos
temblaron de frío en las ramas de los árboles
amarillentos de mi calle encerrada en sus paredes
de madera vieja sin balcones al cielo de mi madre
78 millones de palabras no pudieron
quitarme la vergüenza ni el coraje
de saber, a ciencia cierta,
de todos los que murieron por el hambre y por el frío
78 millones de puertas cerramos a la belleza
de los ojos que  nos miran para preguntarnos
la hora en que acabará la fiesta de los dioses
78 millones de veces callamos para el día
para la noche que  nos raspa el esqueleto
y asomamos la mirada al desierto cielo
que nos escupe todas las estrellas en la cara.

Lezguievo
Austin, TX. 2011 



sábado, 17 de diciembre de 2011

Con Lezguievo Znhada



“Es ininteligible lo que me has entregado. No está claro el género. Esto ya no es posible publicar. Hay demasiado enredo en el mundo de las letras como para añadirle este cuerpo amorfo de palabras hilvanadas al socaire”.
     Tras escuchar esto, le pregunté a Lezguievo Znhada:
     -¿No estarás exagerando, Lezguievo? ¿Fue así, en verdad, con tal contundencia como te lo dijo el director de Blue Sound?
     -Literalmente así fue, Bocanegra. Mis exageraciones no las suelo poner en tales cosas. Te cuento esto porque así fue como me devolvió el manuscrito Mr. Sánchez Olmos. Esas fueron sus palabras, tal como te las acabo de citar.
     -¡Terrible, Lezguievo, saber que te han rechazado ese texto tuyo! Lo peor fue que yo te convencí para que lo presentaras en esa revista que yo creía open cultural mind. Cuando leí tu ensayo, me pareció tan diferente a lo que había estado leyendo, tan singular, que pensé que sin duda te lo publicarían en Blue Sound.  Pero bueno: portadas vemos,  ideologías no sabemos.
     Enseguida, como ocurría con nuestras habituales charlas, continuamos un rato abandonados al blanco ruido de las voces que había en el café, mirando a los singulares personajes de esa zona de Austin que entraban y salían, meditando cada cual en lo que se mostraba interiormente. Era como si en la suspensión de nuestras palabras halláramos, en ese preciso momento, el lugar desde el cual se podía admirar el mundo de las horas sin historia ni crónica ni documento que las registrara en toda su vitalidad. Mundo inexistente para el mundo de los mass media. Mundo de un mundo sin explorar realmente ni por la academia ni por nadie.
     Después de tal paréntesis, Lezguievo comenzó a decir:
     -Pero tampoco es como para ponernos lúgubres, Bocanegra. Te lo he querido comentar para que sepas de qué va la revista esa; por aquello de que si vas a proponer algo tuyo, sepas dónde estarías metiendo las cosas por las que has tenido que pasarte la noche entera modelando hasta el amanecer. Cosas verdaderamente importantes para ti. Son las cosas tuyas de tu vida.
     Después de oirle decir esto a Lezguievo Znhada, me propuse escribir un cuento en torno a su manera particular de decir sus pensamientos, y entonces se me ocurrió hacerle una pregunta -con la intención de que la extendiera en los terrenos académicos en que laboraba: psicología social.
     Imposible dejar de mencionar que Lezguievo Znhada, además de trabajar como profesor universitario, es poeta y es un exiliado desde hace varios años en Austin. Al igual que yo, es un transterrado de vida bifronte: académico diurno y creativo nocturno.
     -Oye, Lez –dije con el hipocorístico familiar que utilizaba para convencerlo de algo-, quiero hacerte una pregunta que traigo en el paladar desde hace varias semanas –y entonces interrogué: -¿Qué cosas son las que más tiempo ocupan tu pensamiento?
     Lezguievo Znhada se me quedó mirando como quien acaba de despertar de un sueño largo, con la mirada propia de los sonámbulos. Después de un minuto de silencio se quitó las gafas de cristales gruesos, acomodó con dos dedos los pelos grises de las cejas que se habían enredado  en las pestañas, y luego, sin devolver definición ni concentración a su mirada (es estrábico y miope en grado superlativo), con las gafas flotando en una mano y dejándome abismar en la acuosidad verduzca que había entre sus párpados enrojecidos, debajo de  los cuales había dos esféricas manchas verdes bailando y esquinándose, como si el mundo para ver estuviera a los lados de la cara, habló:
     -Lo siento, Bocanegra, pero no acabo de comprender tu pregunta. ¿Podrías aclarar mejor lo que quieres saber?
     -Bueno, antes de aclarar la cuestión, me parece conveniente darte a conocer cómo fue que nació esa pregunta. Desde hace tiempo me trae colgado la idea de saber lo que sucede en la mente de los otros, sobre todo cuando no están dormidos. Me gustaría conocer qué es lo que verdaderamente sucede en su pensamiento mientras trabajan, mientras comen, mientras hablan, mientras everything… Desde luego que hacer una pregunta directa al corazón de un desconocido, con la cual uno pretende hurgar en lo más íntimo, sería exponerse a que te escupan la cara, a que se rían de ti o a que, en el mejor de los casos, te ignoren o te tilden de idiota. En fin, Lez, que me interesa conocer qué cosas carga un poeta como tú en el magín la mayor parte del día. Pensé que sería interesante saber cómo vives en tu inconsciencia.
     -De acuerdo con lo que has dicho, Bocanegra, me has puesto el rifle en las manos; sea para dispararte a ti o para ponerme el cañon debajo de la barbilla y jalar el gatillo ante tus enigmáticos propósitos. No olvides que, además de poeta, soy psícologo, especializado en el campo de la psicología social. Oyendo cómo has planteado tu preocupación, me haces que piense en la posibilidad de colocarte en una de las casillas que tienen que ver con un determinado grupo social.  Pero preferiría no hacerlo. Mejor es que sigas ocupando la carpeta amarilla donde guardo los mejores amigos. Sin embargo, volviendo a la cuestión que me lanzaste, te confieso que es muy interesante, sobre todo para quienes gustamos de explorar en la mente social. Por lo tanto, my friend, preferiría no contestarte dicha pregunta. No obstante, me gustaría apropiármela para iniciar un documento de exploración. ¿Te molestaría si me quedo con tu idea?
     Le dije que no me importaba, y añadí:
     -¿Podrías decirme en cuál zona implementarás dicha cuestión de trabajo?
  -Bueno, sería utilizada junto con otras interrogantes de exploración en dos grandes colectivos. Uno sería el de los estudiantes que están a un paso de graduarse del college, y el otro colectivo sería el de jóvenes que se han graduado del college pero que están sin empleo…
     Continuó explicando más cosas sobre uno y otro colectivo, pero no tiene mucho sentido poner aquí los detalles con los que Lezguievo expuso en términos psicosociales.
     Finalmente, sin que me lo esperara, Lezguievo lanzó la cuestión siguiente:
     -Y tú, Bocanegra, ¿podrías decirme qué cosas son las que más tiempo ocupan tu pensamiento?
     O sea que my friend decidió apuntar con el rifle y disparar la misma bala en menos de una hora. Pero entonces yo, usando el mismo chaleco antibalas, aunque sin el estilo que había usado y que me hizo acordar de Bartleby the Scrivener, reaccioné:
     -Te lo diré hasta que me des a conocer los resultados de tu documento de trabajo. Mientras tanto, hablemos de libros y otras ondas.
     Hablamos de la poesía de Alejandra Pizarnik así como de sus diarios, y de otros poetas que no han recibido premios ni distinciones pero que han escrito cosas tan auténticas y tan originales como han de ser los  poemas de los outsiders.
     Después de varios cafés sin pastelitos ni tabaco negro, apenas alternados con algunos tragos de agua clara, Lezguievo Znhada prometió entregarme un texto poético para publicarlo en Instantario.
     Ya estará dándomelo en un tiempo indefinido. Con Lezguievo Znhada es imposible saber cuándo te muestra o te deja leer sus últimos cantos nocturnos; en él no existe ni nunca ha existido la prisa de publicar nada suyo, de hecho, ni siquiera se ha interesado en hacer un blog para enseñar sus textos poéticos. Alguna vez le propuse que lleváramos un blog juntos, pero su respuesta fue: my friend, I would prefer to be an invisible being.


(((Estimado lectorio, Bocanegra dejará de alimentar el Instantario por dos semanas. Si los dioses le siguen dando un poco de sus sueños, este blog continuará el próximo 2012.  ¡¡¡¡¡¡Felices fiestas a todos los que se han asomado en estos renglones de Instantario!!!!!!)))

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Del otro lado







Cuanto más frío más caliente 
el cuerpo
más lleno de esa ausencia 
de caricias
más alejado de su boca 
en tu oreja
espesor de negras mallas 
en torno a las piernas en que flotaba 
acariciando la espera detrás de los fríos 
cristales de la ventana.


Cuanto más lejos más cerca 
de tus manos
más segura en su alejamiento 
de tarde
más triste de noche en la penumbra 
de sus ojos
silencio de cabellos 
de madera añeja en que mojaba 
el susurro de su espalda tan perfecta 
en el espejo que la mantenía quieta

Cuanto más frío más caliente 
el cuerpo
más trabado en el deseo loco 
de alcanzarla
más fuerte el gusto 
de romper el vidrio 
la claridad del vidrio 
llena de su piel suave 
en el movimiento lento 
de la tarde como cuando fue perfecta 
en el espacio de otra hora

Cuanto más noche más día 
la punzada en el mirar
más comezón el deseo de 
estrecharla por la espalda
más gajo helado que agua tibia 
entre las yemas
durazno de piel suave toda ella
toda ella desnuda al otro lado 
de la puerta 
tan cerca de tus ojos 
y ajena a las palabras

domingo, 11 de diciembre de 2011

Cosas que a veces pasan



Yo era el principal incrédulo. A éste había que ponerlo de rodillas para hacerlo creer en la verdad de las cosas. Pero la verdad de las cosas, que era de luz, si no era expuesta en su exacta intensidad, se corría el riesgo de que se apagara y, en consecuencia, el incrédulo yo se mofara de lo que habíamos querido hacer y no habíamos podido lograr: convencerlo de que la verdad de las cosas era la única luz que salvaba de las horrorosas pesadillas en que estaban atrapados muchos locos en el mundo. Se sobre entiende que ponerlo de rodillas era una manera retórica para subrayar la fuerza que subyace a las disciplinas que viven gracias a la verdad de las cosas; que en tal forma de colocar al yo no había la intención religiosa ni mística, ni mucho menos, la intención de humillarlo ante todos los que creen que la verdad de las cosas se ha de enseñar a base de crueles castigos. No, la verdad de las cosas es que su luz debía ser protegida con todas las manos que han trabajado incesantemente, sin más propósito que iluminar los caminos que en la noche aparecen cuando todo, de repente, parece posible de llevar a cabo.
     Todo inició cuando uno de esos creyentes fieles a la verdad de las cosas escuchó decir al yo que viajaba en el mismo autobús: “Es de gran ayuda saber que la muerte está todo el tiempo muy cerca de nosotros. Que bastaría con dar un tajo en la garganta para que desaparezca todo esto que tanto muele y asfixia”.
     El fiel creyente giró la cabeza hacia donde estaba el murmurante, quien, mirándose las manos continuó diciendo: “No es muy divertido llevar la misma sonrisa pegada a los labios, toda vez que el jefe te llama para que le revises la correspondencia que ha ido acumulando en varios días. Si supiera el déspota lo que me importan las cosas que le vienen con todos esos papeles…”
     Ante tanta imprecación chorreante, el fiel creyente soltó la vulgar tosecita con la que buscaba comunicar o dar a saber de su existencia al incrédulo yo, pero éste, tan metido estaba en su soliloquio que ni oyó cuando el fiel creyente tosió e hizo el amague de callarlo. Los otros vecinos que iban también en el mismo carro, apenas si se enteraban de lo que iba murmurando el incrédulo yo. Iban tan pendientes de sus propios pensamientos, o tan animados con la música de audífonos que llevaban puestos, que el fiel creyente se sintió más solo y abandonado en medio de tanta indiferencia.
     “Luego sucede que no queda contento el déspota. Se queja de que no revisaste convenientemente el bonche de sobres y paquetes, y tú, que has de conservar el trabajo si no quieres verte en medio de una guerra sin cuartel con Marichuy, sólo tienes que agachar la cabeza y esperar la andanada de regaños, y por esto y tantas otras cosas, qué sabe Marichuy de las humillaciones que tienes que padecer porque te pasaste en las cucharadas de azucar que pusiste en la taza de café de Perla, la consentida del jefe, la que se siente más jefa de todos que el jefe mismo, tú que debes todo el tiempo mantener la estúpida sonrisa hasta cuando contestas el teléfono, cómo se puede creer en nada verdaderamente humano, si todo no es más que una fábrica de engaños a todas horas”.
     Sin tolerar más la hemorragia de pus negra que se le había venido encima de su asombrada jeta -usaba un mostacho espeso espeso, semejante al de Nietzsche-, el fiel creyente estalló en manotazos contra el asiento que había delante suyo. Ya no soportó seguir oyendo tanta podrida queja. Agitado por la desesperación y por la cantidad de manotazos en que había desquitado su furia, miró cual perro bravo al incrédulo yo, limpió con el dorso de la mano la saliva que se le había chorreado bajo la espesura negra del mostacho, y dijo, amenazante, con las manos empuñadas:
    -O dejas ya de soltar tanta pus o te cierro la trompa con estas dos llaves –ordenó al tiempo que levantaba las dos manos, listas para el ataque.
     El incrédulo yo, en vez de sentirse amedrentado, lo que hizo fue gritar que lo dejara en paz, que no tenía humor para matarlo, que si estaba molesto se parara y se fuera a sentar en otro asiento, o de lo contrario él no le cerraría la trompa sino que le clausuraría la vida misma con tres balas en la cabeza -dijo esto último mientras se palpaba el pequeño bulto que había en el lado izquierdo de la cadera.
     El fiel creyente abrió las manos y se cubrió la cara con ellas, y se soltó llorando como un crío. El incrédulo yo no soportó ver esto. Se levantó y fue a sentarse en el último asiento de atrás del autobús.
     Los otros pasajeros nada vieron, nada oyeron, ante ellos la verdad de las cosas era apenas la luz mortecina de una mañana nublada que hacía más triste el espectáculo que se mostraba detrás de las sucias ventanillas del autobús. Ante ellos la única cosa cierta es que ya iban llegando al centro de la ciudad, donde se bajaría la mayoría, y también el incrédulo yo, quien había continuado soltando pestes contra todos los compañeros del trabajo, sin dejar de lado la existencia de Marichuy, su mujer, desde hacía veinte años.


jueves, 8 de diciembre de 2011

Con la música en la piel



con la música en la piel de la noche, mecido por las manchas que se fueron haciendo junto al recuerdo de tus palabras en el cuerpo,
con todo el cuerpo de tus palabras para oírte con mis dedos,
con las yemas de mis dedos en el suave filo desbordado por tus labios,

(((hasta el último hilo de día escucharé la respiración de tu página abierta, llena de ese tibio olor que en la madrugada sabe a luna
y a silencio de cálidas sombras)))


con la música en la piel de la noche, pusiste a cantar tus pechos de flores negras,
una trompeta,
un piano,
una voz azulosa
fueron abriendo paso a las palabras de mis manos,
fueron haciendo que tus labios también tocaran el silencio de la madera oscura,
el metal del latón rendido al juego de los dedos,


con la música en la piel de la noche, tus ojos fueron dos puertas abiertas al murmureo de la lluvia
y del viento bajo que atravesó la caída de las nubes,
tonos blancos y negros bajo ese cielo bruno fue el crepitar de tu corazón en mi boca,
tonos encarnados fueron los besos que amanecieron en mi cielo,


con la música en la piel de la noche, fue muriendo otra madrugada en la suavidad de tu página
abierta a mis labios y
a mi lengua encantada por la música.



lunes, 5 de diciembre de 2011

Interminable fiesta



Casi dioses, olvidados ante los manteles blancos de una interminable fiesta. Dentro de todos los olvidados había el coro de las voces ejecutando imágenes que hacían de la fiesta el carnaval supremo. De una parte a otra la iluminación era una especie de acumulación de cortinas que mediaban con sus transparentes luces de color, hasta el extremo de invitar al roce discreto en todos esos cuerpos que paseaban concentrados en su piel.
     Todo estaba al punto preciso de la exquisitez. Un parpadeo era como el aleteo de mariposas adheridas al hueco en que las miradas se buscaban ansiosas, imposibilitadas para esconder los deseos que las mostraban rutilantes. Un abrir de labios era el sueño en que los casi dioses murmuraban el delicioso encanto del humedecido beso que bien habría sido llevado hasta el extasis. El  zumbar de telas, por las manos que se pronunciaban prontas al delirio, no hacía sino apuntalar, o mejor, asegurar todavía más el gozo que inundaba la interminable fiesta. Y el coro que no dejaba de entonar las oscuras letras de iluminados poetas, apenas si fijaba su interés más allá de lo que expresaban las gargantas. El canto, entonces, era el gran temblor que se iba sobre racimos de cabezas que flotaban por la magia de las luces. Canto inolvidable para quienes untaban el deseo a la esperanza de yacer próximos, murmurando todo el esplendor a ritmo de su sangre.
     Cuento breve el que se pronunció, finalmente, a esa hora en que nadie estaba para comprenderlo sin caer en los falsos escenarios de otras tramas. Un trago: una imagen; un soplo: un recuerdo. En las diástoles como en las sístoles quedaría siempre el sabor amargo y áspero de lo que se había ido por el rumbo incierto de quienes estaban condenados a olvidar los casi dioses. Con ellos se harían otras historias mucho más efímeras, pero no menos ciertas que el canto del coro y las letras oscuras de los iluminados poetas caídos en el abandono. Así, pues, todo había sido expuesto para ser desbaratado por la fascinación. Cada cuerpo se haría según la suma de miradas recortadas por los dividendos que el pensamiento incurría con su razonamientos, sin olvidar, desde luego, la pasión a que habían llegado todos aquellos cuerpos concentrados en su piel. En el bullicioso silencio de su piel. Racimos que habían sido logrados por el entramado de incontables renuncias. Después de esto, lo que seguiría estaba en la clave de alcanzar todos los desdibujamientos por los que ningún dios se salvaría. Así, tras haberlo previsto, la fiesta llegaría plenamente a expandirse con todas sus consecuencias.

jueves, 1 de diciembre de 2011

La casa de tus noches y tus días



Cuando escribo, sueño las fantasías provocadas por el sol o por la luna. Es de este modo que entre los dedos y el mundo que está ocurriendo en las esferas de lo gris, sobresale el enigma de tus labios. Allí están ellos perfectamente intocados por la oscuridad de la noche, entreabiertos por algo ajeno al temblor de mis dedos.
Cuando escribo, pienso en las manos que ahorcarán el silencio. No habrá después de esto más que sangre coagulada y piel amoratada en el cuerpo extraño de tus días. Querrás saber por qué apretamos tanto en la zona donde las palabras nacen para el grito. Pero no habrá nadie que lo sepa decir mejor que la muerte. Hay que estar verdaderamente muertos para saber todo lo que la muerte sabe.
Cuando escribo, presiento las abundantes formas del desconocimiento. Sucede un rasguño -en el ojo izquierdo- que me avisa cuándo la noche se llevará las cosas que no acepté guardar en los bolsillos de mis horas de ocio. Serán las manos de tus sueños las que palparán en tales cosas, pero no habrá quién pueda convencerte de que las devuelvas al lugar que les corresponde: el desconocimiento de mis horas de ocio.
Cuando escribo, huelo los cadáveres que se apostan a orillas de mi sombra. De esto, sólo saben mis ojos, pero no mis manos. Son mis manos las que ponen casa a las letras que se dejan ver en el fondo de noches estrelladas. Los cadáveres ignoran esto, exactamente esto que los ojos palpan. Para ellos mi cuerpo es un edificio que se ha ido cuarteando con las lluvias, donde, de vez en cuando, lo visitan personajes singulares, en absoluto preocupados por el fuego o por las bestias enfermas que deambulan en estas calles.
Cuando escribo, se me olvida todo. Deben pasar varios días para que mis ojos vuelvan a ser mis ojos. Mientras tanto, mientras voy hacia allá, o cuando vengo de tan lejos, hay un vacío helado, como de tundra, en que mis pies no acaban de acostumbrarse nunca. Después sé que estarás allá, del otro lado del vacío helado, y serán mis ojos los ojos que tú verás con la certeza de que he vuelto a la casa de tus noches y tus días.

Artes apocalípticas

no merecimos un mundo mejor el color de la sangre en los ríos o mejor los ríos de sangre la peste cadaverina en las calles estornudos en ser...