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martes, 31 de mayo de 2011

Piel azul con cicatrices negras

Piel azul con cicatrices negras:
sueño.
El mundo descansa 
en una oscura 
palabra.
En la piel de un cadáver: 
este corazón. 

Una noche y otra noche 
se acabará
(((es cuestión de segundos))) 
el pensamiento 
adentro de otro 
pensamiento. 

Sueño:
en esta página abierta
de irreconocibles orillas.

sábado, 28 de mayo de 2011

De saltos y acabamiento.



Hay que estar loco para escribir sobre sí mismo. Sobre sí mismo no hay más que una realidad imposible de ser contada sin mentiras. Es, quizá, la obsesión de no querer escapar de esa vida envuelta por imágenes de eternidad, que hace que el loco viva con la oreja puesta en los agujeros por donde se filtran voces y otros sonidos que lo inquietan hasta tiritar de miedo. La eternidad. Es la eternidad el sí mismo en que el loco se envuelve para no ver el sentido de las diferencias. Escribir sin renunciar al sí mismo es acabar con los dedos ampollados, débiles por tanto estar escarbando en el lugar donde lo mismo se aposenta. Pero el corazón, el corazón está más vivo que nunca. Está agitado de escarbar y decir lo que en limpio se expone. ¿Qué escribe el loco?
     El sí mismo es un día a la misma hora en que halló todo eso que se le escapaba desde siempre. Desde entonces habla de esa hora, de ese cielo, de esa casa, de esa iluminación en que los colores y las formas lo apresaron y lo hicieron conocer eso que en los sueños era mera aproximación. Aunque dé otros nombres a lo personajes en que presenta sus historias, sabe que son los mismos personajes que conoció aquel día a la misma hora y bajo aquel mismo cielo. Es una misma historia con diferentes nombres.
     Lo otro, lo que no es lo mismo, está en lo que deja aparte o en el lugar de lo no escrito. No lo deja por voluntad propia, sino que es realidad ajena para los pensamientos en que fue haciendo la historia eterna de su hallazgo. El loco.
     No hay serie ni orden que conduzca a un final previsto. Es uno, siempre uno donde el loco fracciona el cuerpo. Descoyuntamiento, antes que anatomía, acaba siendo el resultado que lo asombra. La continuidad no es idea que en él esté aposentada. Sobre todo le atrae hacer saltos que lo distraigan de morir impertérrito. Ver la cara de la muerte en cada salto es algo que, según sus creencias, fortalece los músculos más importantes de su cuerpo: cerebro y corazón. Salta para no ser anonadado por las cosas impuestas desde afuera
     Cuando no escribe canta. El loco canta sin palabras. En su canto se ofrece todo el cuerpo en que vive al otro lado de las páginas. Es en ese otro lado donde tienen lugar los días y las cosas que fenecen, que se gastan de tanto vivir, que se esconden a las manos de la historia. Nada importa más que el canto sin palabras. Está en la voz el innombrable ser que se eleva y se desbarata en otras nubes de voz y de insustituible agua. Cuando no canta ni escribe, sueña. ¿Qué sueña el loco?
     Cielos que lo tragan todo. Noches que vomitan estrellas. Ladridos de preñadas perras y de gatas que maullan sobre tejados o sobre láminas, que desangran la paz de los durmientes o que exasperan la inutilidad de los insomnes. Nada que decir. Soñar. Ni canto ni escritura.
     La muerte no es el fin de nada. En la muerte no hay inicio ni final. La muerte es eso mismo que el loco acumula en sus escritos. Es esa muerte que se llevará cuando dé el último salto o cuando no tenga fuerzas para cantar. Secreto. Hallazgo de aquel día en aquella hora de aquel mismo cielo. Casa. Agujeros. Otras voces y otros sonidos para otras orejas dispuestas a esperar el acabamiento. La eternidad. El sí mismo.

jueves, 26 de mayo de 2011

Solo en la noche


Tras de ver cómo se llenaban y se vaciaban los huecos entre las mesas del café, pensaste en la noche: La noche se irá haciendo más y más vieja. Tras de pensar esto, meditaste en cómo todo el espacio era modificado todo el tiempo. Sentías cómo todo el tiempo algo sucedía en las cosas, junto a las cosas, dentro de las personas, sin que supieran las personas, y aun sabiendo las personas, lo que sucedía llevaba a pensar en todas las ficciones con las que, sin tú buscarlo, vivías a diario.
     Diste un breve sorbo al té, luego recogiste la cajetilla de cigarros que había sobre la mesa y extrajiste uno. Mientras escapaba el humo por entre los labios y la nariz, continuaste en tus razonamientos: Hablar del final es una ficción. Sentirse en el principio es una ficción. Tener tantos años de edad es una ficción. Desde donde estabas, podías ver todo el vaivén de los camareros y camareras y de todos los que entraban y salían por la puerta azul de cristal. Todo esto es una ficción, remataste en el magín.
     La noche se fue haciendo más y más vieja. Pero al mismo tiempo que esto experimentaba tu cuerpo -el gradual envejecimiento de la noche-, debajo de la piel estaba ocurriendo el nacimiento de algo. Era como si al mismo tiempo que algo moría, algo nacía. Decir algo era una manera de indicar la sensación que nace y muere debajo de la piel, incluso, sobre la piel; decir algo era aceptar el desconocimiento de esa presencia que nace al mismo tiempo que algo  muere. 
     Hay cosas que son más que cosas; así como hay cuerpos que son más que cuerpos. Estoy convencido de que en cada cosa hay algo más, siempre hay algo intangible que la habita, y en ese algo se ofrece la idea del desconocimiento que es más, mucho más, que el habitual ejercicio de utilizar el nombre de las cosas. 
     Después de hacer otras tantas cavilaciones y de beber todo el humo de los cigarrillos que allí no dejaban de fumarse, abandonaste la cafetería. 
     La noche estaba más oscura que otras noches. No había estrellas, y la luna, si estaba, no mostraba su condenada cara. Su condenada cara para el incansable ejercicio de mitologías y de otros paralogismos a que ha estado sujeta desde hace siglos por la imaginación sagrada, poética. Tal vez el nubaje, asimilado por la espesa oscuridad, invisible para tus ojos, no te dejaba conocer con cuál rostro estaba la luna cantando al silencio. Entre todo ese más que se agazapaba en zonas invisibles, continuaste tu andar peripatético, sobre un pavimento en el que la sombra, la tuya, era una pálida sombra recortada por las luminarias de la calle. Detrás de todo y más allá de la luz artificial, el silencio era un desolado animal que gemía y soplaba sobre aguas estancadas. Más o menos así íbas sobre la sombra, adentro del cuerpo y con las sensaciones debajo de la piel, y la noche que no dejaba de arrugarse hasta apretar con su espesa oscuridad tu carne. El espíritu de la carne. Y luego, en otra tesitura: Un yo que aparecía y desaparecía como cualquier otra cosa llevada y traída por los días. 
     Pensaste en el animal que habías visto (((hace tanto tiempo))) muerto bajo la luz de una luminaria. Pensaste en él como en una cosa que va lentamente deshaciéndose. Dijiste: El silencio de esta noche es como un enorme terrón de azúcar que se diluye. Después apareció un mar delante de tus ojos, y viste claramente cómo el terrón enorme de azúcar iba hundiéndose como un embromado iceberg
     Gran silencio cayendo ante la ausencia de todo el mundo. También tú sentiste que eras algo que caía y caía en esa agua llena de negritud.
     Al doblar la esquina, intempestivamente apareció y corrió un gato amarillento hasta treparse en las ramas de un árbol, y tú, detenido por la sorpresa, alcanzaste a oír una voz que salía de la boca de la alcantarilla que había a pocos pasos de donde te encontrabas. La realidad y sus ficciones. Pensaste. Entonces, con el cuerpo inclinado, como si estuvieras mirando hacia el fondo de un precipicio, se te vino a la mente la existencia de aquel personaje de Lewis Carroll. Musitaste, más por el nombre y la asociación de éste con la noche, que por la poética que en él había puesto Carroll para expresar su mundo literario: ¿Será Bruno, que ha caído allí, en esa boca de tormenta? 
     La voz no volvió a pronunciarse. Hay noches así... dijiste, sin concluir la idea, mientras ponías en movimiento el cuerpo, ya con otras sensaciones.
     Ya no era ni abajo ni arriba de la piel el lugar en que se estaba gestando el algo más intangible de tu existencia. Había otro cuerpo adentro de ese cuerpo en el que ibas. ¿Será esto lo que estaba naciendo cuando me encontraba allá, en el café? Luego de decir esto, con verdadera desesperación, te pusiste a sacudir la cabeza, no tanto por incredulidad ante el fenómeno que se estaba produciendo, sino por el animal que había adentro de ti golpeando debajo de tu cara. Aunque manoteaste sobre tu rostro, el animal continuó golpeando sobre tu frente. Tuviste que tirarte contra el tronco de un pirul para espantar eso que había nacido adentro de ti. 
     El animal cesó de golpear. Enseguida pusiste las manos en tu cara como si fuera la cara de tu madre. Experimentaste el mismo temor y la misma ternura que acompañaban toda vez que ibas a dar un beso en la frente de mamá antes de dormir. ¿Qué ha pasado con el animal? ¿Habrá muerto o es nada más que está durmiendo? Dijiste, sintiendo un poco de alivio. Después se te vino otra sensación, o mejor, se te vino todo el terror que habías conocido cuando eras niño y no había nadie para calmarte. 
     ¿Dónde estoy? Preguntaste a la sombra que había alrededor del grueso tronco de pirul. No hubo respuesta, sólo un silencio que te puso a orillas de la cama aquélla en que habías conocido la angustia cuando apenas ibas a cumplir los cinco años. Temblabas, no precisamente de frío sino de terror por no saber dónde estabas ni qué era lo que había nacido adentro de ti. Tiempo después, por entre el ramal, alcanzaste a divisar la piel arrugada de la luna, con la boca atravesada por un velo negro, transparente.  
     Ante tus aterrados ojos, la noche se fue haciendo más y más vieja. No había nadie que te dijera dónde estabas.

martes, 24 de mayo de 2011

Dilema

Como lo venía haciendo desde hacía más de diez años, Enrique estaba obligado a preparar un discurso que sería leído por  otro.
     -El auditorio –le dijo el otro- está compuesto por autoridades del gobierno, autoridades académicas, varios intelectuales de la región y del país, público interesado en la obra pictórica de Equis Famoso, viuda del Famoso, sus hijos y demás familiares, y desde luego, los medios de comunicación. Me interesa que escribas un texto en el que estén diferentes lenguajes en equilibrio; el culto y el popular, el de especialistas y el de informados, el de los historiadores y el de los mitómanos, todo esto salpicado con anécdotas que no hagan enrojecer de vergüenza ni a la viuda ni a los hijos y, ni mucho menos, que hagan pasar al estelar como a un enfermo mental. ¿Cachas lo que quiero?
     Enrique cabeceó afirmativamente, con el gesto adusto de quien ya está acostumbrado a tal clase de solicitudes.
     Mientras la mesera traía los tragos y las botanas, Luis A. y el otro se pusieron a chacotear y a llenar el imaginario con éxitos semejantes a los que ostentan los poderosos en el mundo, sobre todo el otro, que era un perfecto camaleón en los ambientes de la política y de la cultura.
     -Por cierto, ¿cómo te va con el Licenciado Gutiérrez? –preguntó el otro, más por sacar información útil para sus particulares intereses que por verdadero interés en la vida profesional de Enrique Vargas.
     Antes de contestar, Enrique esperó a que la mesera acabara de depositar la copa de coñac y el agua mineral –para el otro-, el campechano –ron con cerveza oscura, agua mineral y refresco negro para Luis A.-, un caballito de tequila añejo para Enrique y las botanas –para todos ellos-: manitas de puerco, frutas en vinagre, chicharrones, camarones secos, tostadas quebradas y una escudilla con varios limones partidos.
     -Me ha pedido el Licenciado Gutiérrez que prepare un proyecto para hacer la feria internacional del comic y el fanzin.
     -Chingón proyecto –dijo el otro, luego de haber lamido los bigotes mojados por el coñac-. El Lic. es un chingón con ideas que dejan plata a manos llenas.
     Las de él y las de su familia, pensó Enrique.
     -Sí, es un proyecto que suena interesante –habló Luis A.
     Luis A. es un profesor de historia del arte que, en sus ratos libres, se dedica a hacer grilla universitaria; o a la inversa creo que resulta más cierto: es un grillo universitario que en sus ratos libres se dedica a ser profesor de historia del arte . Es un incondicional del otro, es quien lo pone al tanto de lo que ocurre en el Centro Universitario de las Artes y las Humanidades (CUAH), donde está de rector, precisamente, un primo lejano del Licenciado Gutiérrez.
     Enrique libó un poco de tequila y miró a los ojos de Luis A., luego miró los ojos del otro, y entonces dijo:
     -La idea es que el proyecto se realice dentro de tres años, es decir, para cuando sea rector del CUAH el Doctor Anastacio Naranjo.
     -¿Quién te dio tal dato? –preguntó el otro, inclinándose de tal manera que Luis A. no pudiera escuchar la fuente de donde Enrique había conseguido la información.
     Antes de decir nada, Enrique bebió de un trago lo que quedaba del caballito, después chupó una rodaja de limón y, con el tequila quemándole el pecho, dijo que era un rumor, fuerte rumor proveniente del Departamento de Artes Escénicas.
     -¡Ah, bueno! –exclamó el otro, y terminó diciendo-: No hay que tomarlo en serio. En ese departamento les gusta mucho lanzar buscapiés. Son expertos en levantar opinión universitaria.
     -¿El Licenciado Gutiérrez sabe de ese rumor? –intervino Luis A., para sorpresa de el otro y de Enrique.
     -¡Vaya que tienes oídos de perro! –apuntó el otro.
     -De hecho el Licenciado Gutiérrez fue quien me dijo que de ese departamento había salido el nombre de Anastacio Naranjo- aclaró Enrique, esta vez sin bajar la voz.
     -¡Ah, bueno! –reaccionó el otro-. El Licenciado ha hecho lo que sabe hacer, ha dado señales de quien no será nunca el próximo rector del CUAH.
     Vinieron más tragos, menos botanas y la tarde fue muriendo al otro lado de las mamparas del bar El Tapatío. A diferencia de Luis A. y de Enrique Vargas, el otro parecía estar más fresco que una menta. Era indudable que había acabado con la botella de Martel y no lo parecía. Tal vez las últimas idas al baño explicaban su entereza. Allá se daba los pericazos que ahora lo tenían risa y risa con las ocurrencias de Luis A. Es un clown, es un siervo de la gleba, pensaba Enrique, quien en su suave borrachera fue pensando en los nombres de los autores y de las obras en que se apoyaría para hacer el texto que sería leído por el otro en el homenaje a Equis Famoso, en el marco de la Feria Internacional del Mariachi y la Cultura.
     Antes de despedirse, el otro dijo a Enrique:
     -Quiero que me muestres el borrador el próximo sábado. Nos vemos aquí. Aquí quiero leerlo. ¿Cachas, mi estimado?
     Enrique sonrió con la cara empapada de sudor y la mirada acristalada, señal de que estaba de acuerdo con el otro. Después vio cómo se fueron yendo ambos por entre las mesas: a Luis A. manoteando y diciendo sandeces, y a su jefe con las manos metidas en los bolsillos del saco, dirigiendo de vez en vez alguna mirada de aprobación a su fiel acompañante. Luego, como le ocurría tras horas de estar oyendo las mismas voces y las mismas cosas, a Enrique se le fue espesando el asco en la garganta, era el mismo asco que lo hacía sentirse sucio por dentro.
     Y ahora qué sigue, dijo para sí mismo-: ¿Beber hasta olvidar el que soy, o salir de aquí para continuar siendo el que jamás debí ser?

domingo, 22 de mayo de 2011

¿Un impostor?

Apenas has entrado en la estética, una mujer que está detrás de un mueble de madera blanca, sobre el cual se muestra el monitor de una computadora y un tarjetero desde donde se ofrecen los datos de las y los estilistas que alli laboran, te dice: "May I help you?"

     Con voz y señas, mascando el inglés con el que te expresas, le dices que quieres corte de cabello. Entonces ella te pregunta tu número de teléfono. Miras sus ojos -verdes con pequeños rayos amarillentos de bordes negros- y buscas, sin prisas, entre tantas cifras que debes mantener en la memoria, el número y las palabras en inglés para expresarlo. Se lo dices con cierta duda. Son tantas las cifras que debes mantener en los archivos de la mente (celular, teléfono de casa, número domiciliario, código postal, varios otros NIPS y un largo etcétera en el que aparecerían direcciones electrónicas, palabras clave...) Después de pronunciarlo en tu inglés hispanomexicano, la mujer sonríe y mira en la pantalla de la computadora. Dice un nombre. Tú niegas con la cabeza. Ella pide, entonces, que repitas el número. Tras de decírselo, ella aclara que ha cometido un error. Corrige y, otra vez, mira a la pantalla y pronuncia un nombre. Esta vez tú asientes. Vuelve a sonreír y dice algo que tú interpretas como: "En seguida te llamamos". Después de ver cómo se le borra la sonrisa de su cara, miras adonde están los otros clientes que esperan con revistas abiertas a que los llamen. Antes de ir a sentarte junto la puerta de salida, te diriges a una de las mesas en la que hay un montón de revistas esparcido. La mayoría trata sobre cuestiones de moda y glamour; hay también sobre deporte y salud, sobre dietas... Recoges la revista en que aparece una chica de ensueño. Supones que en sus páginas interiores habrán de aparecer otros cuerpos y otras caras de ensueño.

     Te acomodas en un silloncito negro, al lado de donde está una pareja de orientales que hablan en su idioma. Sus voces son como varias cuerdas timbrando en cuerpos de bambú; suaves, graves y en ciertos momentos con finales agudos en que queda suspendida-así lo supones- alguna idea que el otro o la otra continuará o dejará extraviada por algún tiempo. Más allá está una muchacha hablando en su blackberry. Habla mientras camina hacia el muro de cristal que separa el adentro del afuera del local, dibuja en el vidrio alguna letra o alguna otra figura y regresa al centro de la sala, desde donde busca llamar la atención de todos los que esperamos a que nos nombren. La pareja de orientales, ambos de edad indefinible, hablan sin elevar la voz. Es su diálogo más un murmurar que un hablar. En cambio la muchacha americana, con fuerte acento tejano, no habla, más bien grita y suelta estruendosas risotadas que acaban, una y otra vez, con varios "Oh my godness! Oh that is so great!" Además de oírla decir esto cada tres o cuatro segundos,  no dejas de observar lo que hacen unos niños que juegan en el suelo, a los pies de su madre, quien está leyendo con mucho interés un libro de Chopra, bastante ajena de todo lo que sucede alrededro suyo. "He aquí el melting pot", te dices, al tiempo que sigues los pasos de la chica que no deja de gritar "Oh my godness! That is so great!"

     Vuelves a poner los ojos en las fotos que hay en la revista, a veces buscas leer algo, pero de inmediato renuncias. El ronronear de las voces orientales empapadas por la voz de la muchacha, el zumbido de las máquinas que están cortando los cabellos de las cabezas que en el fondo se muestran sobre capas negras de plástico, los niños que se ríen, que dicen cosas que no te interesa entender y tu propio cansancio, impiden que puedas mantenerte leyendo. Además, en absoluto te importa saber sobre lo que le gusta o no le gusta a la señora de la fotografía que aparece en la pagina donde te has quedado ojeando la revista.

     Estabas a punto de entrar rotundamente en un sueño, cuando escuchaste tu nombre. Dudaste de que fuera cierto lo que habías escuchado, por eso te mantuviste quieto, con la mirada perdida entre las cabezas que había allá, del otro lado de la mujer que estaba malpronunciando tu nombre. "I am", dijiste en un hilo de voz mientras te dirigías hacia donde estaba la mujer.

     "Have a seat", dijo ella. Te sentaste en el amplio sillón giratorio y esperaste a que la mujer pusiera la capa negra de plástico alrededor de tu cuello. Tras abrochar el plástico en tu nuca, la mujer dijo algo que no entendiste. Pediste que te lo repitiera. No hubo necesidad. Sin mediar palabra quitó las gafas de tu cara y las dejó en la repisa blanca, junto a botellas de diferente tamaño y color, arriba de las cuales miraste borrosamente las cosas que se reflejaban en el espejo.

     Con la intención de aclarar de la mejor manera el corte de cabello que querías, tuviste que cerrar los ojos; pero también los cerraste para no ver la cara de esa mujer, que por contraste a todo lo que habías estado mirando en la revista, hizo que te sintieras incómodo. De lejos su cara podía ser agradable, pero el tenerla tan cerca de tus ojos, fue como encontrarte, de pronto, ante una mujer de carne y hueso, con todo el olor de sus ropas mezclándose con su aliento ajado y cebollento.

     "I got it", expresó ella, después que dijiste el número de navaja y de exponerle una vez más con los ojos cerrados la relación distributiva (((largo / corto))) en que querías que apareciera el cabello sobre la mollera.
   
     -Where are you from? -te preguntó, luego de dejar la máquina para continuar cortando el cabello con tijeras.

     Tal vez porque había vuelto el sueño a tu mente, lo que respondiste fue algo que ni tú esperabas decir.

     -From Brasil -dijiste, y al instante se te llenó la cara de calor.

     -Really!

     -Yes -aseguraste, ya sin tener más escapatoria que continuar con tu mentira.

     -What city?

     -Sao Paulo -aventuraste.

     -I know Rio du Janeiro -gritó la mujer, pegando su cuerpo en tu hombro derecho.

     -So good -fue lo que se te ocurrió decir.

     Después de decir eso, apretaste las manos bajo la capa negra de plástico. Si hubieras tenido las uñas largas y filosas, de inmediato habrían sangrado tus manos. La mujer debió sentir la tensión en que se hallaba todo tu cuerpo o tal vez descubrió que estabas mintiendo, pues no tenías nada del acento brasileiro y por eso dijo, como para desbaratar la nube de vapor que había comenzado a hacerse alrededor de uno y otro:

     -Do you want a candy?

     -Yes I do -contestaste.

     La mujer hundió la mano en el bolsillo de la bata y extrajo una barra de chocolate. La trozó y te entregó una parte. Aunque sus dedos no tocaron el dulce, te dio desconfianza meterlo a la boca. Dijiste:

     -Oh, I´m sorry. I don´t feel so good. I will take later.

     -That´s OK. Not problem.

     Después de decir esto, la mujer terminó de arreglar tu cabello en menos de tres minutos.

     -Ready! -exclamó ella.

     Enseguida mojó un lienzo gris con loción y lo paseó suavemente por tu nuca. Esto hizo que recuperaras la calma. Después, adivinando tu pensamiento, la mujer te devolvió las gafas y pudiste ver bien el reflejo de tu cabeza en el espejo. Actuaste con el gesto de quien está verdaderamente interesado en cuidar de su imagen.

     Mientras tanto, la mujer esperaba detrás de tus hombros a que dieras la última palabra. Al mirar claramente su rostro reflejado en el espejo, tuviste ganas de decirle que lo querías más corto. No dijiste nada de inmediato, pero como si hasta ese entonces hubieras recordado que habías tenido un diálogo con esa mujer, se te ocurrió preguntarle:

     - And you, where are you from?

     -From Denver. Do you know there?

     -No.

    -Well... -externó ella-: What do you think about the cut?

    -I like it -reaccionaste, sintiendo la frescura en tu testa.

     -Very good, Sir -dijo ella, quitando la capa después de haber cepillado el plástico negro.

     Te levantaste y fuiste detrás de ella, quien te llevó adonde estaba la mujer que te había recibido.

     -How much? -preguntaste automáticamente.

     Te dijo la cantidad y tú, para corroborar que habías entendido claramente, leíste en la pantalla de la máquina registradora; entregaste entonces la tarjeta y esperaste a que la mujer terminara el proceso. Mientras tanto, miraste hacia donde estaban los clientes esperando a que los nombraran; sentados en los silloncitos negros de piel sintética, con las revistas abiertas. Acabaste reconociendo que ya no estaban la pareja de los orientales ni la muchacha que había estado gritando. Tampoco estaban la mujer que había estado leyendo a Chopra ni los hijos de ella. Ninguno hablaba.

     Antes de abandonar el local, para tu sorpresa, escuchaste decir tu nombre. Nadie se levantó. Saliste y de inmediato comenzaste a sentir de nuevo los calores de junio adentro del cuerpo. Llegaste adonde habías dejado estacionado el coche. Al encender el motor se te vino a la cabeza la idea de que habías utilizado el lugar de otro, o mejor, que te habías hecho pasar por el nombre de otro. " Was I behalf on? Imposible", dijiste, poniendo en movimiento el coche. "Estoy seguro de haber escuchado mi nombre cuando estaba sentado. Aunque, debo admitir que estaba más dormido que despierto".

     Ya en la carretera volviste a reflexionar: "¿De quién sería, entonces, el nombre que pronunció la mujer antes de que abandonara el local? No tengo dudas de que fue mi nombre el que pronunció: Marcelou... Ahora si que no estaba somnoliento ni nada. Pero... ¿Acaso he sido un impostor? ¡Bah, qué importancia puede tener una u otra cosa! Ahora estoy aquí, despejado de la cabeza, con mucha hambre y cansancio". Encendiste el radio y fuiste escuchando música americana de los años sesenta y setenta.

viernes, 20 de mayo de 2011

El piano y Estanislao

Para mi amigo Gerardo Gutiérrez Cham.


Aquel muchacho, mientras estaban en sobremesa charlando los tíos y las tías, los primos y las primas -la mesa era grande, oblonga y de madera fina y pesada-, decidió abandonar la vida nornal que hasta entonces había llevado. Salió el muchacho de la casa y se trepó en un árbol. Allí vivió por el resto de sus días. La historia es larga y cargada de otras historias como la mesa en que había estado meditando aquel muchacho, y fue contada por Ítalo Calvino en una novela de cuyo título no recuerdo. Hace tantos años que la leí. Otro autor, inglés si mal no recuerdo, escribió una novela en la  que un profesor de gimansia decidió dejar de hablar. Su comunicación comenzó a hacerla, entonces, mediante señas y gestos. Supongo que deben de haber muchas otras historias semejantes en el mundo de los libros -son tantos los libros que se han escrito y publicado en la historia del mundo que, como alguna vez dijo mi abuelo Felisberto: ni el más voraz de los lectores podría agotar la centésima parte del tiempo ocupado por todas las bibliotecas en el mundo. Supongo que conocerás otras historias con casos semejantes a los de aquel muchacho y del maestro de gimnasia.

     Ahora leerás la historia de Estanislao. Estanislao es mi primo desde hace cuarenta años. Estanislao no ha querido hacer otra cosa en la vida que tocar el piano. Lo toca desde que cumplió los diez años. Antes nada más lo acariciaba y hablaba con él. Fue a los siete años que la tía Gertrudis, viendo a su hijito que todas las tardes y las noches se las pasaba acariciando las teclas y la madera del Steinway, le trajo un profesor de piano. Se llamaba Francisco Hernández y era el organista de la Catedral Metropolitana. A los pocos meses de haber iniciado su aprendizaje con el maestro Hernández, mi primo Estanislao tocaba ya algunos preludios de Mozart y de Haydin. A los dos años ya tocaba "La Patética" de Beethoven. En fin, que el primo demostró -a los diez años de edad- tener un talento de los mil demonios. A los quince su repertorio era amplio, variado y de una calidad insuperable. Lo mismo tocaba sonatas que conciertos, música alemana que rusa. No diré que tocaba la música de todo el mundo, porque al igual que sucede con los libros, el abuelo Felisberto habría dicho que ni el más melómano de los melómanos en el mundo habrá escuchado y tocado la centésima parte de toda la música que se ha compuesto en la historia de la música.

     Hasta antes de cumplir los veinte años, el primo Estanislao pasaba ante los ojos y oídos de quienes nada sabían de su talento, como un muchacho normal. Es verdad que ya se le comenzaba a notar una leve elevación entre los hombros, una leve giba causada seguramente por las muchas horas que se pasaba inclinado ante el piano, tocando las bellezas de los grandes compositores rusos y occidentales. Caminaba normal, miraba normal y, aunque no hablaba mucho, lo que decía estaba perfectamente adentro de lo normal. Fue al cumplir los veintiuno que dejó de ser normal. Cualquier cosa que le preguntara la tía Gertrudis, el primo no hacía más que reírse y encerrar la cara entre sus grandes manos. Si la prima Isela le comunicaba que había unas amigas que querían conocerlo, el primo Estanislao se ponía a gritar hasta el colmo de hacer salir corriendo a todos los habitantes de la casa.

     -Se ha vuelto intratable - comunicó la tía Gertrudis a su marido, el tío Anselmo, un mes después de que el primo había iniciado a actuar de manera anormal o rara.
     -Ya se le pasará el berrinche -explicó el tío.
     Lo cierto es que, el berrinche -como había llamado el tío Anselmo a esas reacciones inesperadas o sorprendentes del primo Estanislao- no sólo no desapareció sino que se fue transformando hasta hacer del primo un ser imposible para tratar con nadie.
     Estanislao llevó el berrinche hasta el extremo de no salir de casa para no ver ni hablar con nadie. El colmo fue cuando, definitivamente, renunció estar hasta en los otros espacios de la casa. Desde los treinta y cinco -ocho años después de haber muerto la tía y diez de que se fuera de viaje el tío Anselmo para nunca volver-, Estanislao ha permanecido encerrado en su habitación y no ha vuelto a salir. Por estos días cumplirá los cuarenta. La tía Gertrudis murió pero dejó al cuidado de su hijo a una sobrina -mi hermana Guadalupe.

     Es mi hermana la que ha dicho que el primo Estanislao come y defeca en el mismo cuarto donde toca a Stravinsky y a otros compositores modernos. Ni Isela ni las otras dos hermanas quisieron hacerse cargo de Estanislao, el hermano mayor. Lo abandonaron como a un perro a su suerte.
     -Para dejarle los platos con comida, debo primero amarrarme una pañoleta en la cara y sacar los baldes en los que se mea y se caga -ha confesado mi hermana Lupita a su marido, un pintor de brocha gorda llamado Sebastián.
     -¿Y por qué lo sigues haciendo? -le preguntó el otro día su marido.
     -Porque le prometí a mi tía que no abandonaría al primo hasta que se acabara el dinero que ella había depositado en el banco, y hasta ahora, quedan unos buenos billetes. Además, con lo que tú me das no alcanza para comprar todo lo que te comes.
     Yo más bien creo que mi hermana ha venido haciendo de mucama de mi primo Estanislao porque, después de todo, es una piadosa mujer y, sin duda, un poco loca como él y como otros parientes que hay en la familia.
     ¿Qué habrá de suceder cuando se acabe el dinero que hay en el banco para la manutención del primo? Quién lo sabe. Lo que ocurra a partir de entonces, será otra historia.

miércoles, 18 de mayo de 2011

¿Y Mariela?

Fue el golpe suave, reiterativo, de un ala contra el pliego de seda, lo que provocó que entraras en otra dimensión. Ocurrió esto poco antes de oscurecer. Mariela se había ido de compras. Tú estabas junto a la cuna, mirando al pequeño Lucio. Estabas recordando aquellas palabras del general Villa: "Qué extraño es dormir". Lucio dormía pero tú no estabas seguro de que así fuera. Había tanta quietud en su cara, en sus pequeñas manos. Contemplabas y oías las palabras de otros personajes, cuando se produjo ese aleteo furioso, como si se tratara de una falena atrapada adentro de la pantalla de la lámpara japonesa que estaba allí, sobre el buró. Antes de pensar o de hacer nada, cerraste los ojos. No se volvió a producir otro ruido igual.

     Todo parecía estar en calma. Alrededor de la habitación ocurrían las cosas que cotidianamente solían suceder: el rumor de los carros allá afuera, las voces de los vecinos que subían o bajaban las escaleras, el frigorífico que ronroneaba más fuerte cuanto más iba muriendo la claridad de la tarde. Extendiste el brazo para colocar el dedo frente a la mínúscula nariz de Lucio. No hubo estremecimientos en el niño, pero tampoco sentiste las telarañas de su respiración en tus yemas. Dijiste: "Está en el fondo de su sueño, o quizá, está todavía viviendo en los abismos de la nada". Ibas a retirar la mano cuando, otra mano se arrastró en tu espalda. Había sido un arrastramiento apenas, es cierto, pero un arrastramiento que te obligó a doblar el cuerpo hacia atrás, como si con esto hubieras querido espantar a quien había querido asustarte.

     El niño continuó durmiendo; tú te levantaste y fuiste a la cocina. Pusiste a hervir agua para hacer un té. "No he dormido lo suficiente durante estas últimas semanas. Tal vez sólo haya sido un escalofrío que adquirió la consitencia de unos dedos fríos..." Especulaste. El agua había comenzado a hervir en el pocillo y tú, sin recordarlo, caíste en cuenta del lugar en el que te encontrabas. Te asombró saber que estabas sentado en la silla, a oscuras y oyendo algunas voces. Desconocidas voces. Encendiste la luz de la bombilla que colgaba sobre la mesa donde habías estado abismado en otras realidades.  
    
     Las bolsitas del té comenzaron a flotar y luego se hundieron suavemente por el peso de la cucharita que había entre tus dedos. Cerraste los ojos para respirar el vapor de la menta. Pronto tuviste que abrirlos cuando sentiste la respiración de alguien a tus espaldas. Giraste el cuerpo. Nadie. No había nadie.

     "¿Qué me está sucediendo?" te lo preguntaste, al tiempo que la debilidad se hizo presente en tus brazos y en tus piernas. Abandonaste la cocina y fuiste a esperar, recostado en el sofá, a Mariela. Durante algunos minutos te dedicaste a mirar los efectos de luz y sombra que se hacían en el techo y en las otra paredes de la sala. Del té ya ni te acordabas. Había quedado en el pretil, enfriándose para el gusto de otras alimañas.

     De pronto, un mal presentimiento, o mejor, tu enloquecida mente hizo que imaginaras a Lucio en las manos de una vieja bruja o de un maldito asesino. Corriste hacia donde estaba Lucio. Después de jalar el cordón de la lámpara japonesa, bajo la tenue luz blancuzca, viste al niño: quieto como todo lo que había colgado y pintado sobre las paredes. Recargaste la frente en el barandal de la cuna y te dijiste, en un murmullo: "¿A qué horas llegarás, Mariela?" 

martes, 17 de mayo de 2011

Que no es igual pero es lo mismo

Podría ser el mismo cuerpo, el mismo acto, el mismo beso en los mismos labios. Podría ser la misma palabra, la misma caricia, el mismo gesto, la misma hora, la misma cama. Cada día podría ser la misma necesidad, la misma pareja copulando sobre la misma alfombra. Cada tarde, cada noche, cada hora, cada instante el mundo estaba reventando con las mismas noticias, la misma muerte, el mismo delito, la misma farsa, el mismo ritmo, el mismo tránsito. Cada minuto, cada segundo, a cada rato los mismos colores, los mismos nombres apareciendo y desapareciendo  entre las mismas frases.

Lo diferente, lo diverso, lo distinto, era nada más que la ilusión de tocar de otro modo las mismas cosas. Allá y acá, la noche se desbarataba a la luz de las mismas estrellas. El sol, tu boca, la luna, tu mirada, estaban aquí y allá. Solo el pensamiento, el pensamiento solo no estaba en parte alguna.

Podría ser la misma hora, el mismo día, la ventana, la puerta, las moscas, el ruido de monedas, podría ser, podría estar, podría venir el mismo Kafka, el mismo Bach, la perfección absoluta, el mismo Cioran, la nostalgia por la muerte. Podría, podría, podría...

En fin, lo otro, lo distinto, era nada más que un sueño fácil de olvidar.

domingo, 15 de mayo de 2011

Porca miseria

     Estrella sacó un pie de la zapatilla y se puso a untarlo contra la otra pierna. Era éste un gesto con el que discretamente calmaba su impotencia ante tanto escupitajo echado por Antonio. El colmo fue cuando Antonio le echó en cara a Lalo su apatía por las cosas que él había estado haciendo en la escuela para conscientizar a los chavos.
     A modo de reacción, Lalo no hizo más que ponerse a hacer rueditas con el humo del cigarro.
     En cambio, Delia opinó : "Por qué mejor no cambiamos de tema. Tanta desilusión me produce náuseas".
     Estrella volvió a colocar el pie adentro de la zapatilla y dijo:
     "El mundo no habrá de cambiar por lo que digamos en una mesa de café. Este país es parte del mundo, y el mundo ha querido moverse por el rumbo de los macroescaparates y el happy life excluyente. Hoy lo que importa no es to be or not to be, sino to have or not to have. Así es que déjate Antonio de culpar lo que piensan o no piensan las cabezas de este sistema en que nos sentimos atrapados. Ellos no son más que parte de la maquinaria traga cerebros y caga miseria que ha crecido en todo el mundo".
     "So my dear... y qué sugieres, que vaya a casita y ponga cara de cordero y grite a los cuatro hijos que tengo: ¡¡¡Todo está estupendamente bien, hijitos míos!!! ¡Si no lo saben, vivimos en un mundo maravilloso!... I´m sorry my dear, pero hablo de todo lo que me asfixia y me aterra, de todo lo que me está pudriendo el alma. Soy un desdichado profesor de letras en escuela pública. Soy... en fin, qué importa lo que soy".
     "Más dramático, imposible", apuntó Lalo, y continuó diciendo: "Para convencer a los chavos acerca del infierno en que nos encontramos, hay que, primero, explorar qué es lo que adentro de ellos sucede. Tal vez lo que tú piensas que es aterrador, Antonio, acaba siendo algo distinto para ellos".
     Estrella sacó los pies de las zapatillas y se puso a frotarlos debajo de la mesa. Delia se levantó para ir al baño y Antonio volvió a atacar al sistema que le estaba devorando las entrañas. Lalo elevó el brazo e hizo venir a la mesera. Pidió otra cerveza. Antonio pidió otro café. Estrella guardó los pies y avisó que estaba bien. La mesera se retiró.
     "Por Dios, Antonio" dijo Estrella en un susurro casi, inclinado el cuerpo hacia donde estaba el aludido, "¿no te parece suficiente la mierda que has echado en esta hora?"
     Antonio se levantó y dijo, antes de dirigirse a los sanitarios: "Aunque no lo quieras admitir, my dear, estamos con la mierda hasta el cuello en este pinche país".
     "¡Qué desgracia!", apostrofó Lalo, sonriendo hacia el fantasma que había entre Estrella y la cintura de Antonio. "¡Más desdichados que nosotros, ni el más desdichado de los románticos poetas!"
     Después de notar que Antonio no regresaba de los sanitarios, Lalo se levantó y fue a buscarlo.
Allá echó el grito, que todos en el café escucharon sin poder creerlo: "¡¡¡¡Está muerto... Se ha suicidado... Está muerto Antonio!!!"
   

Los últimos meses de Marcel

(((¡Este olor, estos olores, esta pestilencia, este fastidio!))) Te das cuenta que el cuerpo / tu cuerpo ha comenzado a transpirar los años que lleva de tirarse a los abismos de las noches y los días. Desde hace algunos meses, cada mañana, el olor a cartones húmedos te despierta, al mismo tiempo que en la garganta miriadas de gusanos van y vienen y producen (((pulular endemoniado))) taludes en los que chorrean ácidos, además de grietas por donde emanan vapores de murientes células, tejidos descompuestos que arrojan sabor a monedas, a moho, a pantanos, a cadaverina, a flores muertas. Sales de la cama y untas la barra de jabón en las axilas, entre las piernas, en el cuello, hasta desbaratarla en los bultos de la carne. Dejas que la olorosa grasa penetre el poral, dejas que el agua escurrra sin manosear, sin tallar, dejas que por un rato desaparezca ese hedor a cartones viejos. No secas el cuerpo. Crees que así la jabonosa agua escurrirá hasta el fondo en que yacen los pantanos malolientes, pútridos, y que allí la pestilencia cederá a los aromas del jabón y el champú. Luego del prolongado aseo, vas al cuarto y echas medio frasco de colonia en las ropas que has dispuesto sobre la cama. Te vistes y esperas, frente al espejo, a que el agua de colonia colme tu cabeza. En la cocina dudas: Qué desayunar, cereal o huevos, quesadillas o pan tostado con mermelada de fresa; café solo, café con leche, té con miel, leche con chocolate. Según sea la acidez que experimentes en el pecho y la garganta, acabas decidiendo el desayuno. Mientras desayunas observas lo que está sucediendo adentro del cuerpo. Masticas, hueles lo que estás tragando. Recuerdas las mujeres que vivieron contigo (((¿cuatro o cinco?))). Ahora ni las prostitutas soportan el hedor que se desprende de tu cuerpo. No hay billete que convenza a la más vieja del burdel para irse contigo a la cama. Estás acabado para los galanteos y el acostón que, en otras épocas, sucedía inevitablemente. Ahora tendría que carecer de olfato la mujer que quiera pasar una hora contigo en la cama. Ahora nada queda de aquel don Juan que viviste hasta los 64. Hace meses, sólo algunos meses que empezaron a deambular las miriadas de gusanos en la garganta, la pestilencia del sobaco. Ahora ni con veinte pastillas de menta podría desaparecer el hedor a flores muertas de tu boca. No hay chicle ni desodorante ni ropa nueva ni loción ni nada que puedan hacer algo contra el muerto que se ha instalado adentro de ti. Estás acabado Marcel, estás acabado.

viernes, 13 de mayo de 2011

Instantánea

Uno era el viento,
cuando en las ramas
de aquellos árboles
la dirección se hacía múltiple;
pero no más que
en sus delicadas hojas todas:
en ellas todo el rumbo era cósmico.

martes, 10 de mayo de 2011

Al final de la tarde

No viendo más que entre cosas, como si en ellas el sol también, o como si un fuego de lava, a orillas de ventanas de piedra, de escayola, detrás de otras gafas, cayendo de vez en vez en un pozo de madera, en un liso muro donde luego la sombra, el paso de otras figuras, yendo así, desalentado, durmiendo con la cara del sentenciado a cadena perpetua, quieto frente al vapor suave, delicioso, del té anaranjado sobre una silla vieja, recuperando un sueño, abriendo los ojos a otras realidades, un soplo, un trago lento, el sabor, el intenso olor del romero, de vuelta a la silla, al sabor del té, enredarse en otra idea, un cosquilleo en el rincón izquierdo de la napia, apretar los labios para que el estornudo no, pero antes depositar la taza en el plato transparente sobre la mesita bermellón, descansar el brazo en el filo de la silla, ver otra vez el pozo de madera, sentirse un tantito asquil, un tantito molusco, y al final de la tarde preguntar: ¿Vivir es un verbo?

lunes, 9 de mayo de 2011

Triláteres

muros de colores

palabras de aliento
cercenado
por corazones de durazno

hueco en una hoja
de puerta añeja

sabor a sueño

palmo que se hizo
espuma

:::::::::::

perfecto olvido:
luna desdibujada por espesas nubes
noche que se abisma en el silencio
de ojos abiertos
hasta la eternidad de la muerte.

:::::::::::

hoy el eco de formas
punzó exacto
en el vacío momentáneo
de carros que se iban
mostrando la hora clara

el corazón expulsó
un sentimiento agudo
inexplicable
insoportable

una y otra vez el golpe
imaginado que se hacía
presentimiento indescifrable
junto a la caja enorme
de metal y números altos
en la carretera

el nudo definitvo de la huida
macabro final, cierto,
que en el vacío momentáneo
acontecía
arrastrado por las llantas

marley cantaba en el oscuro
cubo del coche que se fue
increíble -y no obstante-
dando volteretas sobre el pasto
amarillento
más allá de la carretera

otra sería la música en la tarde
en la noche
en la madrugada

sábanas limpias llenarían la casa
olorosa de inminente ausencia

ventanas guardarían clausuradas
durante cuánto tiempo
los secretos del cuerpo
que había sido en la noche
en la madrugada
unas horas antes
cuerpo lleno de vida

un sentimiento de vergüenza
entonces -como cada siempre-
envolvería de pronto
lo único cierto de todo ese silencio
el poco silencio verdadero
que quedaba a esas horas
en que marley había sido
eco de canción
derretido
adentro del coche negro
que brillaba en llamas.

domingo, 8 de mayo de 2011

El otro lugar

En realidad no se podía estar exactamente en el mismo lugar que el cuerpo ocupaba. Cualquier lugar era siempre un "en vez de", un cierto signo que lanzaba a otra parte el otro cuerpo. Así, al escuchar el canto que decía: "las piernas de la amada son fraternas / cuando se abren buscando el infinito" eran otras piernas del lado del que estaba acá escuchando. ¿Cuáles piernas? Sólo, nada más, otras piernas. Entre la voz que cantaba y las palabras que decían eso que estaba siendo cantado, surgía el otro lugar, el otro mundo por el que se podía ir hacia lo desconocido. De manera semejante sucedía al estar leyendo algo. Todo allí en la lectura impulsaba la existencia del lector hacia otras latitudes. Las manos tocaban la cera del cuerpo que estaban formando las otras manos. La boca se abría y dejaba entrar el sabor de los duraznos en almíbar. Luego el cuerpo regresaba al lugar que había sido ignorado durante horas. Pero sólo un instante permanecía allí, o mejor, sólo un instante soportaba la presencia del cuerpo ese lugar. Aparecían otros ojos que hacían ver eso que las manos no alcanzaban ni alcanzarían nunca a tocar realmente. La ficción se hacía, entonces, al ser experimentado el no lugar, o si se quiere, el otro lugar en el que nunca realmente se llegaría a tocar con todo el cuerpo. Es con esta ficción que el mundo giraba según la ilusión en que nos veíamos en el vacío de una esférica idea. Es con esta ficción que la luz del tiempo se acoplaba al espacio en que tocabamos el lugar cincelado por la hora de otro día. Es sombra de luz el pensamiento en que caíamos a orilla de las cosas diarias. Otras cosas, es verdad, que estaban por el envés que la ilusión nos inventaba.

jueves, 5 de mayo de 2011

El mundo como ilusión

Hacia atrás o hacia adelante -con espejo retrovisor o sin cristal, a la intemperie o en celda cenobita- el mundo aparece por arte imaginativo, o si se quiere, por ilusión. Hacia atrás la nostalgia llena el momento -cualquier momento, hasta el más infausto- de algo que el presente jamás tendría: detenimiento, parsimonia, perfiles definidos, distancia plena de sentido. Hacia adelante es la ansiedad y la angustia las que baten el cortinaje en que el cuerpo asoma su existencia. Teatro del horror. Comedia o drama según días y estaciones. En este tiempo sin tiempo (el futuro) la realidad es todo el vacío en que el pensamiento se desbarata por instantáneas alucinatorias. Son agujas que punzan o que luchan contra un mar viscoso, adherente hasta la médula. Esto es así en la desproporcionada historia de una verticalidad que nos sujeta al presente en que la vida, a veces, parece que nos vomita. Cuando esto nos ocurre, la ilusión estalla y nos vemos flotando de muertito en corrientes de ríos subterráneos. Sólo así, después de horas o de días, al asomar nuevamente la cara al sol, experimentamos los infinitos rumbos del vivir.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Las obsesiones de mamá

Llegó Kafka con Gregorio al lado. Entraron y se acomodaron en los silloncitos verdes de la sala. Allá se veía mamá, detrás del enorme ventanal, frente al caballete pintando las flores negras y el enorme sol amarillo que la obsesionaban. Después de varios minutos de mirar a Gregorio, Kafka se levantó y fue a leer los lomos de los libros que había en el pequeño librero de madera negra. Allí permaneció un rato sacando y hojeando distintos volúmenes. Durante todo ese tiempo, Gregorio no hizo otra cosa que mirar las patas de la mesa  y rascarse la nariz. La tarde era clara y apacible en el patio donde se encontraba mamá diluyendo el borde amarillo del disco solar. Se le veía concentrada, ajena absolutamente a la visita de Kafka y Gregorio. Fue el timbre del teléfono el que puso nervioso a Gregorio, y a Kafka, lo puso en un estado de espera. Gregorio se puso rígido, con los ojos muy abiertos, mientras que Kafka entrecerró los ojos y mantuvo el libro abierto entre sus manos. El teléfono continuó timbrando pero nadie hizo nada por callarlo. Del otro lado colgaron y el teléfono volvió a ser nada más que una cosa entre otras cosas. Kafka cerró el libro y regresó al silloncito, cruzó la pierna y se interesó en lo que estaba haciendo Gregorio. Éste continuaba rígido y con los ojos muy abiertos. Era como si el timbre hubiera sido una cuerda adentro de su cuerpo que lo había tensado hasta no poder siquiera parpadear ni respirar. Kafka inclinó el cuerpo y dio unas suaves palmadas en la espalda de Gregorio. Soltó éste un suspiro, luego apretó los ojos  y se mantuvo así, mirando adentro de sí, hasta que Kafka le dijo que se levantara y fuera a saludar a mamá. Fue pero no quiso cruzar el umbral. Desde atrás del vidrio de la puerta corrediza aplastó la mano en señal de saludo. Mamá sonrió y continuó pintando. Las flores negras tenían el color verde de los sillones en sus tallos. Como siempre, las flores estaban tiradas sobre una calle sucia, en la que también se veía la cabeza de un perro olisqueando algo indefinido. Antes de abandonar la casa, Kafka dejó adento de uno de los libros que había estado hojeando, los pétalos negros de una seca flor. Gregorio iba contento al lado de Kafka.

martes, 3 de mayo de 2011

Señor X

La duda lo fue llevando a la zona de los espejismos. Hasta la sombra que se desprendía de su cuerpo tenía para sus ojos, o mejor, para la razón que lo colocaba ante la realidad, algo de ajeno y de imposible. Sin haberlo calculado antes, la duda fue embromando el caletre hasta más no poder. El pulso exploratorio en las cosas había dejado de ser ejercicio para sus días de filósofo cartesiano. Los ojos se le llenaron de velos grises -ni la luz del sol lo hacía experimentar la perfecta dimensión en que se ofrecían las formas- y la lengua hacía maloliente espuma en el silencio de las horas en que buscaba proponer algo cierto en su escritura.
     "Dudar de todo es traer la soga del ahorcado a diario", pensó en uno de esos días menos aciagos para su existencia.
     Cualquier expresión tenía agujeros por los que se escapaba lo cierto y seguro. En otras épocas, esa misma expresión habría hecho a su pensamiento experimentar un alud de posibilidades infinitas. Ahora no. Ahora podía ser nada más que lama y pestilencia. No había nada en él de leve. Espeso era el batido en que prolongaba algún mal o buen pensamiento.
     Lo peor llegó cuando hasta de su nombre tuvo dudas. Fue en un trámite burocrático que el nombre que pronunció -su nombre tantas veces puesto en papeles diversos- se le hizo ajeno e imposible de ser suyo.
     "¿Le ocurre algo, señor?", preguntó la señora que había detrás de un mostrador que se prolongaba hasta un fondo de voces y teclas que sonaban en una guerra sin cuartel.
     "Nada nada. Es solo que he olvidado mi propio nombre" -aclaró el señor X mirando el techo que presentaba manchas de seco orín.
     La mujer lo vio, entonces, con una mezcla de pena (en los ojos), de burla (en un rictus) y desesperación (al arrugar finalmente el ceño).
"Hay demasiada gente esperando..." acabó por decir la mujer, haciendo con la mano como que barría algo en los pliegues del aire que allí se espesaba por los humores de tantos cuerpos acumulados a fuerza de esperar.
     "¿Qué seguirá después de esto?" dijo para sí mismo el señor X, cuando abandonaba el edificio.
     Despues de esto, lo que siguió fue un mar de mierda, y él en medio como una isla mosca temblando de horrorosa incertidumbre.

lunes, 2 de mayo de 2011

Dos de mayo

Imposible decirlo de otra manera: "El mundo había vencido al peor enemigo". Tras de haber ocurrido esto, la fiesta surgió: el cielo se llenó de fuegos artificiales y la tierra de los libres se colmó de júbilo patrio. Habían matado al demonio. Esto era suficiente para que el infierno desapareciera de las pesadillas diarias que los ahora celebrantes habían estado padeciendo desde hacía dos lustros. Sin embargo, todo apuntaba a que vendría lo inesperado, tal vez, hasta lo peor, luego de la muerte del monstruo enemigo de la libertad. En el mundo de los libres no había suficientes ángeles para cuidar el bienestar de tantas vidas humanas. Entonces devino el temor de que surgieran otros demonios, mucho más astutos y crueles que el demonio que acababa de caer bajo las estruendosas máquinas de la guerra. Mientras la fiesta se hacía con banderas ondeando en todo lo alto de las astas imperiales, en otra partes del mundo había otro infierno que estaba siendo alimentado con las grasas de los jóvenes cuerpos que no dejaban de caer abatidos ante la indiferencia de los súbditos del imperio.

¡Oh, Dios, cuánta alegría y cuánta muerte nos dan tus soldados aquí en la tierra!

Con el ruido quemando mi lengua

hace algún tiempo que se me perdió la semántica de palabras como escritor poesía arte conocimiento y otras que mejor dejo solas  en su forma...