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domingo, 11 de diciembre de 2011

Cosas que a veces pasan



Yo era el principal incrédulo. A éste había que ponerlo de rodillas para hacerlo creer en la verdad de las cosas. Pero la verdad de las cosas, que era de luz, si no era expuesta en su exacta intensidad, se corría el riesgo de que se apagara y, en consecuencia, el incrédulo yo se mofara de lo que habíamos querido hacer y no habíamos podido lograr: convencerlo de que la verdad de las cosas era la única luz que salvaba de las horrorosas pesadillas en que estaban atrapados muchos locos en el mundo. Se sobre entiende que ponerlo de rodillas era una manera retórica para subrayar la fuerza que subyace a las disciplinas que viven gracias a la verdad de las cosas; que en tal forma de colocar al yo no había la intención religiosa ni mística, ni mucho menos, la intención de humillarlo ante todos los que creen que la verdad de las cosas se ha de enseñar a base de crueles castigos. No, la verdad de las cosas es que su luz debía ser protegida con todas las manos que han trabajado incesantemente, sin más propósito que iluminar los caminos que en la noche aparecen cuando todo, de repente, parece posible de llevar a cabo.
     Todo inició cuando uno de esos creyentes fieles a la verdad de las cosas escuchó decir al yo que viajaba en el mismo autobús: “Es de gran ayuda saber que la muerte está todo el tiempo muy cerca de nosotros. Que bastaría con dar un tajo en la garganta para que desaparezca todo esto que tanto muele y asfixia”.
     El fiel creyente giró la cabeza hacia donde estaba el murmurante, quien, mirándose las manos continuó diciendo: “No es muy divertido llevar la misma sonrisa pegada a los labios, toda vez que el jefe te llama para que le revises la correspondencia que ha ido acumulando en varios días. Si supiera el déspota lo que me importan las cosas que le vienen con todos esos papeles…”
     Ante tanta imprecación chorreante, el fiel creyente soltó la vulgar tosecita con la que buscaba comunicar o dar a saber de su existencia al incrédulo yo, pero éste, tan metido estaba en su soliloquio que ni oyó cuando el fiel creyente tosió e hizo el amague de callarlo. Los otros vecinos que iban también en el mismo carro, apenas si se enteraban de lo que iba murmurando el incrédulo yo. Iban tan pendientes de sus propios pensamientos, o tan animados con la música de audífonos que llevaban puestos, que el fiel creyente se sintió más solo y abandonado en medio de tanta indiferencia.
     “Luego sucede que no queda contento el déspota. Se queja de que no revisaste convenientemente el bonche de sobres y paquetes, y tú, que has de conservar el trabajo si no quieres verte en medio de una guerra sin cuartel con Marichuy, sólo tienes que agachar la cabeza y esperar la andanada de regaños, y por esto y tantas otras cosas, qué sabe Marichuy de las humillaciones que tienes que padecer porque te pasaste en las cucharadas de azucar que pusiste en la taza de café de Perla, la consentida del jefe, la que se siente más jefa de todos que el jefe mismo, tú que debes todo el tiempo mantener la estúpida sonrisa hasta cuando contestas el teléfono, cómo se puede creer en nada verdaderamente humano, si todo no es más que una fábrica de engaños a todas horas”.
     Sin tolerar más la hemorragia de pus negra que se le había venido encima de su asombrada jeta -usaba un mostacho espeso espeso, semejante al de Nietzsche-, el fiel creyente estalló en manotazos contra el asiento que había delante suyo. Ya no soportó seguir oyendo tanta podrida queja. Agitado por la desesperación y por la cantidad de manotazos en que había desquitado su furia, miró cual perro bravo al incrédulo yo, limpió con el dorso de la mano la saliva que se le había chorreado bajo la espesura negra del mostacho, y dijo, amenazante, con las manos empuñadas:
    -O dejas ya de soltar tanta pus o te cierro la trompa con estas dos llaves –ordenó al tiempo que levantaba las dos manos, listas para el ataque.
     El incrédulo yo, en vez de sentirse amedrentado, lo que hizo fue gritar que lo dejara en paz, que no tenía humor para matarlo, que si estaba molesto se parara y se fuera a sentar en otro asiento, o de lo contrario él no le cerraría la trompa sino que le clausuraría la vida misma con tres balas en la cabeza -dijo esto último mientras se palpaba el pequeño bulto que había en el lado izquierdo de la cadera.
     El fiel creyente abrió las manos y se cubrió la cara con ellas, y se soltó llorando como un crío. El incrédulo yo no soportó ver esto. Se levantó y fue a sentarse en el último asiento de atrás del autobús.
     Los otros pasajeros nada vieron, nada oyeron, ante ellos la verdad de las cosas era apenas la luz mortecina de una mañana nublada que hacía más triste el espectáculo que se mostraba detrás de las sucias ventanillas del autobús. Ante ellos la única cosa cierta es que ya iban llegando al centro de la ciudad, donde se bajaría la mayoría, y también el incrédulo yo, quien había continuado soltando pestes contra todos los compañeros del trabajo, sin dejar de lado la existencia de Marichuy, su mujer, desde hacía veinte años.


6 comentarios:

  1. Siempre me alucinan tus relatos, y siempre tengo la impresión de cierta cercanía, será por aquello que te digo casi de continuo, subyacen aires de grandes escritores.

    besos

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  2. Querida Miette: es muy probable que hemos bebido en los mismos clásicos, en su mayoría alimento imprescindible para contar de otra manera el mundo de nuestros días, y es por esto la cercanía que encuentras de mis relatos en tu lectura. Mi escritura está colmada de clásicos, al mismo tiempo que afectada por los aires actuales de la literatura occidental contemporánea, y por la vida misma que pulsa en todas mis palabras.

    Besos de vida y literatura

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  3. Muy bueno, me lo llevo a facebook.

    Un abrazo.

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  4. Gracias, Daniel, por extender mi trabajo a la zona de tu facebook.

    Un abrazo

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  5. Que buen relato y como escribes y describes, acabo de conocerte pero creo que me quedarè por aquì para seguirte, siempre con tu permiso.

    un fuerte saludo

    fus

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  6. Adelante, Fus, no tienes que pedir permiso.

    Saludos

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