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lunes, 3 de octubre de 2011

Las cosas que en el día te hablan

Por cosas que se presentan en su quietud y en su aparente familiaridad, los días hablan en cuerpo de ellas. Tú también hablas con ellas. Hablas de la banca y el cielo y hablas con la banca y el cielo. Quienes te miran hacen el gesto para indicar algo sobre tu locura, algo que ellos dicen. Hablan de tu locura y tú hablas de la silla que te dice:
Estoy aquí. tócame.
La silla acepta el paseo de la mosca y tú aceptas el gesto de quienes te conocen. Te ríes del perro que juega con la pelota en el parque.
El cielo está limpio, piensas.
El cielo está limpio y tú oyes lo que dicen las personas que caminan por la acera. Hablar de lo que dicen esas personas –piensas- importa menos que escuchar lo que dicen las cortinas que se mecen con el viento.
No hay lluvia. Hay viento suave que habla de tu cara y de tus manos.
Caminas y oyes las ramas de los árboles. Hueles sus colores. Palpas sus formas con los ojos. Llegas hasta la casa y miras el picaporte. Escuchas sus brillo de latón. Hueles su madera. Aprietas el botón del timbre y esperas.
Aparece un hombre de edad avanzada. Te observa bajo espesas cejas grises. Su labio inferior tiembla cuando le muestras el papel.
El hombre lo recibe y lee con dificultad eso que aparece en el papel.
En diez líneas ha gastado tres minutos. Calculas.
Tu tiempo no es su tiempo. Concluyes mientras él levanta la mano y apunta con un dedo flaco y torcido hacia el lugar de donde vienes.
Te dice: “Es allá, muchacho, donde está la casa del Dr. P…”
Después de cerrar la puerta, permaneces un rato y contemplas la porosidad de la pared blanca. Guardas el papel y te echas a caminar; no hacia donde había señalado el viejo, sino hacia la parte contraria.
De hecho, has olvidado la razón de continuar buscando el domicilio del Dr. P…. Ya sólo te interesa caminar y hablar con todas esas cosas por las que el día te habla.


(((Texto que forma parte de La noche de los días)))

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