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jueves, 6 de octubre de 2011

ADN culturales



En alguna parte leí, o escuché, no sé, que Juan José Arreola estaba convencido de que las “mejores cosas que pensaba”, antes que él, otros ya las habían imaginado. Me parece que esto sucede porque en la vida, inevitablemente, así como hay un ADN en que se guarda la filiación genética de los cuerpos, hay también un continuo de series de ADN metafísicas en que se guardan filiaciones culturales; sean éstas filosóficas, literarias, musicales, científicas, etcétera. Digamos que en Juan José Arreola asoma la tesis, una vez más, de que nada surge de la nada, o mejor, que todo nace y se hace en correspondencia con un todo múltiple (pienso en una especie de “océano adenico” –por lo de ADN) complejo e impreciso, tal cual viene a suceder en los mundos de la mente caósmica; comúnmente nombrada “vida del hombre”.
     

Podríamos continuar diciendo que en tal océano es donde “la idea del hombre en el hombre” (Bajtin) –que a Dostoyevski tanto le ocupó para hacerla encarnar en los personajes centrales de sus novelas - no parece detenerse, dando así una compleja red de seres humanos en constante expansión. De este modo nos encontramos con “el contemplativo” Kirilov, en Demonios, en quien se vive la experiencia absoluta de padecer la existencia o ausencia de Dios; o bien con Arkadii Makárovich, en El adolescente, cuya idea es alcanzar “la verdad vital”, la idea magnífica de estar más allá de los meros compromisos sociales que limitan el “verdadero carácter”. En resumen, la enumeración de personajes que en las novelas de Dostoyevski se ofrecen, son un claro ejemplo de “la idea del hombre en el hombre”, el cual viene a convertirse en un complejo de series vitales, “adenicas”, dispuesto dialécticamente en los océanos del vivir y padecer la existencia de uno mismo-complejo, junto a otro diferente y no menos complejo.
     
Por otra parte, quienes nadamos de muertito en los oleajes vitales de la nada, bien podemos columbrar los fondos etéreos en los que –si hacemos caso a Platón- otean y sobrevuelan las almas de diversos seres en busca de los idóneos cuerpos para desarrollarse en ideas esenciales. Pero allá arriba en el éter como abajo, en lo más hondo de los bajos fondos del magma, cobran existencia las informes sustancias que alimentan los cuerpos que, tiempo después, las portadoras mentes de estos cuerpos se asombrarán de lo que piensan, de lo que sienten, de lo que dicen, de lo que callan, de lo que está a punto de ser posible, de lo que sueñan, incluso, son estos mismos cuerpos y mentes los que suelen marchar con la sonrisa de quienes saben que van siempre a un paso de caer en los profundos abismos de lo inefable, presintiendo en ello la idea de palpar la no existencia, o bien, el más real y soberano sinsentido.
     
Si aceptamos, entonces, vivir la experiencia de las complejas series de ADN culturales que nutren los sueños en que nos olvidamos hasta de nuestro nombre, será una experiencia que irá acercándonos a la gran boca en que la lengua lame el caosmos de lo inédito. En caso de que esto ocurra, sería tanto como llegar a padecer los ritmos y sensaciones de flujos desorbitantes que bien pueden llevarnos a intensificar, en nosotros -nadadores sin preseas olímpicas ni fotografías ni efemérides- la necesidad de olvidarlo todo, con el único objeto de poder vivir la experiencia de muerte y renacimiento de Eso que, por economías espaciales de escritura, llamaremos “lo insospechado”, “lo inaudito”, lo “indescifrable”.
     
De ocurrir verdaderamente la experiencia de muerte y renacimiento en tanto umbrales para poner el pie en los terrenos de lo insospechado, podría darse el caso de que sea soltada –sin saber el cuerpo y la mente portadoras- la gota espermática en que habrá de alterarse una de las series complejas de ADN cultural en que había estado circunscrito ese-ser-de-cultura. Quien esto haga, ya puede soltar la carcajada en un desierto de infinita noche oscura. No habrá de decirse ni interrogarse a sí mismo acerca del origen de eso que han tocado sus manos y sus ojos. Será un estremecimiento, un batir de alas fénix, luego de lo cual ya puede abandonarse a otros niveles de profundidad o de altura. Todo depende de las preferencias sustantivas y espaciales que tal mente y cuerpo procuren.
     
Finalmente, no faltará quien cuestione esta idea espermática, argumentando que para que la alteración de ADN suceda, debe haber correspondencia con el lugar fértil del otro cuerpo en que tendría lugar lo insospechado. Sin duda habrá que ver esto como una continuidad, más que como una ruptura; pero lo cierto es que la idea que hemos esbozado en el párrafo anterior, va más por el rumbo del desconocimiento, que es decir, por el rumbo de lo “misterioso”, de lo no carnal ni familiar. En consecuencia, el hecho insospechado tendría que ver más con la idea de la muerte que da vida, y nada, absolutamente nada, con la idea de los empalmes o copulaciones placenteras y nada más. Por tanto, estamos pensando en el cuerpo que muere y que será aparentemente el mismo en que habrá renacimiento y umbral para que aparezca Eso, lo insospechado, lo inaudito, lo indescifrable.
     
Quien sea testigo de esto último, no hará más que constatar la aparición de algo acontecido en el vacío en que flotan memoria, olvido, consciencia, inconsciencia, conocimiento, desconocimiento y un largo etcétera de flujos “adeneicos” que ocurren en el abstracto cuerpo que llamamos sociedad - cultura.   
      

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