Buscar este blog

jueves, 22 de septiembre de 2011

Montado en una bicicleta



Freud te habría mandado a pasear en bicicleta. Es decir, te habría puesto en la zona de sus desprecios. Y tú, que tienes el sentimiento templado como las mejores armas de los guerreros, en caso de que así hubiera ocurrido la sentencia en contra tuya, habrías montado la bicicleta y te habrías puesto a pedalear muy quitado de la pena. Muestra de ello, sería que en el viaje te irías silbando la tonada de una cancionilla aborrecida por el Maestro.
    Está por demás explicar nada en el modo de contemplar y corregir las rutas que los personajes hacen. La invención es cosa privada, aunque hay quienes se obstinan en hacerla pasar por cosa pública. Es esto lo que a ti te llevó a pensar en rutas espirálicas –en ascenso y en descenso, sobre todo para evitar las asociaciones escatológicas que sólo conducen a patios colmados con cachivaches que ni al dueño de la casa le importan.
     Digamos, pues, que reconociendo la manera en que se hacían significativas las acciones en el cerebro de la mente estética de un ciclista como tú, caíste en la cuenta de que lo mejor era proceder con un gotero de punta fina para dar la justa dosis al ojo que atrapa, en instantáneas, la realidad que en verdad merece ser notada, anotada y distribuida por los ritmos que esas gotas harían al desplazarse sobre el espacio que algunos han llamado el no-lugar.
     En otra época habrías dicho que se trataba de hacer saber sobre la no existencia de los personajes que salen de bocas oraculares, pero hoy, desde que has estado entreteniéndote con los razonamientos de Ulrich en El hombre sin atributos, has preferido dejar la idea –del devenir personaje en historia- a salvo de supersticiones y de razonamientos inútiles.
     Bastante es frotar el ojo contra la pantalla del ordenador como para que por añadidura pongamos agujas en la zona más sensible del cuerpo. En definitiva, no hay nada más aborrecible que te pongan a oler las deposiciones que escapan diariamente de las bocas telenoveleras y demás bazofia. Ante la tentación de caer ante algo como eso –mercadeo sentimental hasta la náusea-, mejor sería cortarnos la lengua y dársela a tragar a las bestias que merodean todo el tiempo a la sombra de los peores sueños o pesadillas como las que con frecuencia te despiertan y no hay palo para quitártelas (esas bestias de formas lábiles y caprichosas) de encima.
     Regresando al punto de la sentencia que Freud te habría impuesto -ahora sí en el después de las espirales recorridas con anterioridad - luego de que tú le hubieras dicho que no habías conocido madre para enamorarte de ella, ni padre como para declararle la guerra (((¿Cómo podría hacerlo un niño expósito y amamantado en las corriosas ubres de los orfanatorios por los que transcurrió tu vida hasta los dieciocho años?))). Lo cierto es que el Maestro, tras encender el tabaco y sin miramientos por todo eso que le habías confesado, escupió en tu cara la sentencia de que te fueras a pasear en bicicleta. Al principio te sentiste defraudado porque el malestar de tu cultura era un bulto que te atosigaba hasta en lo sueños, y el Maestro no había escuchado o no había querido interpretar los palimpsestos en que tu loca existencia se construía y se destruía a diario. Y es que no había mayor ofensa para el Maestro que negar la existencia de mamá y papá como personajes axiales para comprender el desarrollo sano e insano del infante. Aceptar esto –como bien lo observaron Guattari y Deleuze- era tanto como aceptar que Edipo bien se podía largar al bote de los desperdicios. Aceptar esto –lo has considerado tú- sería tanto como que el psicoanalista renunciara a la gallina de los huevos de oro. No hay psicoanálisis sin historia familiar, algo más o menos así han apuntado Deleuze y Guattari en El Anti-Edipo. Capitalismo y esquizofrenia.
     En un primer momento no habrías comprendido por qué Freud te habría mandado a pasear en bicicleta. Fue luego de conocer los testimonios de su hijo, que entenderías que no había nada en el mundo que más odiara Freud que las bicicletas. No obstante, sin conocer tú las profundas raíces en que se afirmaba la sentencia del Maestro, viste como una buena idea hacerte ciclista vesperal. Compraste una bicicleta Made in China y todas las tardes te has dedicado a pasear y a pensar –desde hace meses- en las rutas de los personajes que aparecen en tu maltrecho subconsciente, que es decir en tu imposibilidad interna para integrarte con toda normalidad en el mundo que tus ojos miran con subrepticio pavor. De aquí proviene todo esto que ni los mejores sueños te han permitido experimentar: el instante de ser y desaparecer en cada pedaleo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Gracias por asomarte a este blog de instantes

Con el ruido quemando mi lengua

hace algún tiempo que se me perdió la semántica de palabras como escritor poesía arte conocimiento y otras que mejor dejo solas  en su forma...