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jueves, 11 de agosto de 2011

Réquiem por un cibernauta




No será la última vez que un cibernauta hace pública la decisión de quitarse la vida. En días pasados ocurrió una más de esta clase de muertes hipermodernas: Que todo el mundo se entere de la angustia que me ha llevado a abandonar el mundo realmente, fue la nota que escribió S… en su blog de cuatro años de existencia.
     He aquí su historia.

ÚLTIMAS PALABRAS

My mother was a prostitute
My father was a thief
The Tiger Lillies

Mis ansias toreras hicieron que me lanzara al ruedo para lidiar el toro de la inmortalidad. Despreciado e insultado por diferentes casas editoriales, tomé la decisión de crear un blog para publicar mis pensamientos. Ellos, los del consejo editorial, todas las veces calificaron mis escritos de alucinaciones, de porquerías inhumanas, de palabras imbéciles, de… Evito citar la andanada de escupitajos que dispararon en todos los manuscritos que candorosamente envié para que fueran publicados. Cansado de recibir –ya con el estómago ardiendo por los meses de espera- los dictámenes que daban a mis manuscritos, vi como una oportunidad llevar todos ellos a este blog que, durante cuatro años, me hizo conocer y sentir las dichas y desdichas de la publicación de mis historias.
     Durante el primer año, alcancé la cifra de 25 seguidores; en el segundo tenía ya 80, en el tercero 109 y en éste que ahora corre, el cuarto y último… ¡¡¡Pum!!! 16. La semana pasada ocurrió esta debacle para mi ego de escritor. No podía creer lo que mis ojos estaban mirando. Me habían abandonado na–da-me-nos-que-93-se-gui-do-res de un día para otro. Después de varios segundos, hice como hacen ciertos personajes de Las mil y una noches: jalé de los cabellos, me golpeé la cara con los puños, escupí sobre mi sombra. Luego de hacer todo esto, un poco más tranquilo, acostado en el sofá mientras mis hijos veían Bob Esponja en el televisor, pensé en que sería una falla del sistema, que quizás había ocurrido un accidente en el macroservidor -o como se llame esa cosa- y que esto había provocado que se borrara momentáneamente la increíble pérdida de seguidores que me daban ánimos –con sus comentarios y sus correos- en los momentos más difíciles de mi vida.
     Me levanté del sofá y entré a la habitación que utilizo (utilizaba) como despacho. Encendí la computadora y fui sin preámbulos a abrir el blog para constatar que todo había sido mero error... En absoluto: allí estaba nuevamente el dato frío de los 16 seguidores. Cerré el programa bruscamente, es decir, no seguí los pasos acostumbrados; preferí irme por la ruta de jalar el cable que conecta con la electricidad.
     Como ocurría toda vez que me veía en los límites de la depresión, me acosté en el suelo y me puse a mirar el techo. Así, con las manos en la nuca, observaba cómo aparecían y se transfiguraban las imágenes de mis pensamientos. Pero esta vez no hubo hechos pasados de mi vida; lo que pasó por mi mente fue una sola idea repitiéndose hasta el hartazgo: matarme… matarme… matarme…
     Debió de pasar poco más de una hora, cuando entró Martha del Carmen sin tocar la puerta. Me vio en el suelo, junto al escritorio, y dijo: “¿Te sientes mal? ¿Acaso no has escuchado el repiquetear insistente del teléfono?” Antes de ponerme de pie, sentí las lágrimas que habían estado corriendo por mi cara. Sin mirar a mi mujer, iba a abandonar el despacho, pero ella me detuvo, diciendo: “¿Puedes explicarme qué te ocurre?” Esquivé su mano y salí, sin decir ni media palabra.
     Los niños estaban en la mesa del comedor jugando Monopoly. Cristina, la mayor de ellos, me preguntó si quería jugar. Me esforcé en sonreír y en decir que más tarde jugaría. Martha del Carmen me alcanzó cuando estaba a punto de abrir la puerta principal, e insistió: “¿A dónde vas? ¿Por qué no me dices lo que te ocurre?” Lo que dije para que me dejara salir, fue: “Debo ir con un cliente. Su caso es el más difícil que he tenido jamás en mi vida. Nos vemos en la noche”.
     Debo aclarar que soy (era) abogado incorruptible, que defiende (defendió) casos difíciles, sobre todo de gente económicamente maltratada (por los siglos de los siglos), y esto hace (hacía) que en no pocos litigios me vea (me haya visto) con la garganta amargada, con los ojos enrojecidos por tanta rabia y con el corazón a punto de estallar en todo momento. Escribir y publicar en el blog era lo que me daba oxígeno y sangre para continuar bregando en el día a día.
     Subí al automóvil y me dejé llevar por los caprichos del azar. Acabé estacionando el carro en una brecha. No muy lejos se veían los montes. Extraje de la guantera el paquete de cigarrillos y me dispuse a fumar, después de no hacerlo en poco más de un año. Comenzó a llover. Mientras miraba resbalar el agua en el parabrisas, consideré la forma en que iba a suicidarme y en lo que tenía que hacer antes de llevarlo a cabo.
     La tormenta fue haciéndose más y más violenta, y yo no acababa de elegir la forma en que me quitaría la vida. Si en ese momento hubiera tenido la pistola que vendí para evitar un accidente en casa, sin duda la habría utilizado allí dentro del carro. Pensé, también, en manejar el coche con los ojos cerrados en la carretera libre a Puerto Vallarta, con la idea de estrellarme contra cualquier cosa o desbarrancarme en una de las tantas curvas que hay junto a Magdalena; pero de inmediato reconocí que era tanto como arriesgar imprudentemente la vida de otros. La muerte tenía que ser casi instantánea; sin dolor apenas y sin tener tiempo de arrepentirme de nada. Por tanto, quedaban descartados los frascos de pastillas, algún veneno para ratas o ciertos ácidos. Tampoco acepté que fuera por ahorcamiento. Continué fumando sin bajar las ventanillas del coche, con la idea de que podía provocarme un paro o el estallamiento de algún ramal sanguíneo en el cerebro. Lo que devino fue una migraña insoportable que me obligó a salir del coche y empapar el cuerpo bajo la tormenta que no amainaba.
     Llegué a casa con las ropas húmedas y apestando a cloaca. Los niños estaban cenando y Martha del Carmen, sin dejar de mirar el televisor, preguntó si tenía hambre. Le contesté que iba primero a lavarme.
     Mientras me duchaba decidí que me cortaría el cuello con la navaja que me heredó el viejo. Pero antes de hacerlo tenía que dejar arregladas las cosas legales. No me costó ningún trabajo hacer todos los trámites necesarios en menos de tres días, aunque, desde luego, no faltó el colega que quiso saber el por qué de lo que estaba yo tramitando. Después de arreglar todo esto, consideré que lo mejor era hacerlo lejos de casa, donde ni mis hijos ni Martha del Carmen vieran cómo quedaría mi cuerpo. Así es que me fui al bosque de la Primavera.
     Jamás debí entrar y conocer este mundo. Mi madre fue una prostituta. Mi padre fue un ladrón…
     Que todo el mundo se entere de la angustia que me ha llevado a abandonar el mundo realmente…
    
De mi parte sólo queda decir: Descanse en paz S..., autor del Blog Las memorias de Pito Perez.

3 comentarios:

  1. "Escribir y publicar en el blog era lo que me daba oxígeno y sangre para continuar bregando en el día a día."

    Escribir a veces es el vómito del espíritu y la liberación del alma. La muerte me atrae como un capricho desconocido, pero al mismo tiempo me atormenta la incertidumbre del vacío.

    Un abrazo, compañero y amigo Bocanegra. Me gusta como relatas y esa manera tan sublime de expresarte muy cuidada y original.

    Te devuelvo tus brazos, para que te mantengas en equilibrio y te dejo aquí un suspiro.

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  2. Gracias i-La que canta con Lobos. Escribir es vivir de más, rasguñando siempre los amagues de la muerte. En cuanto al vacío, sin éste no habría forma de vivir la singularidad en que nos abandonamos en la infinita arena de las existencias.

    Abrazos desde la cuerda.

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  3. Me he quedao a cuadros... ¿esto es verdad a ocurrido en serio?

    Si es así, no comprendo que podría pasar por la mente de ese hombre, familia, trabajo... por lo que he leído no le faltaba de nada y decide suicidarse porque la gente ya no le quiere seguir. Sin duda eso debe ser un palo muy gordo, pero, ¿para llegar a esto?

    Ya te digo, no tengo palabras, el texto es maravilloso, pero muy, muy triste.

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Gracias por asomarte a este blog de instantes

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