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domingo, 7 de agosto de 2011

Domingo en el sexto piso



Cuando de poesía se trata, busco el beso del cielo en la tierra. Nada más amplio y ambiguo que la lejana presencia de los horizontes, observados desde un sexto piso, sentado y bebiendo una taza de té de mandarina. Es en ese momento –en algo semejante a éste que recuerdo- que llegan las ideas que punzan en las membranas de la insatisfacción y del deseo. Llegan con el peso de la ausencia y el desbalago del vaporcito que se eleva desde la taza en que bebo una hora o más.
     Viaje leve de frutal aroma.
     Gravedad que jalonea el cometa
     de la cordura hasta el colmo de la insolencia.
     Cuando de verdad se trata, pienso en algunos desnudos que vi en el Reina Sofía, pintados por Lucian Freud. Todavía siento la invasión de los aromas de las entrepiernas -después de tantos años- y veo el fondo que se hallaba, en ese entonces para mi asombro, a orillas de los párpados de esas mujeres plenas en su cuerpo. Todavía escucho el silencio de las paredes en que el pintor vaciaba la tristeza de esos pechos, de sombras tenues en que se afirmaba el volumen y la forma coronada en redondeles encarnados.
     Pero hoy no es poesía ni verdad las que acompañan el tecleo en esta hora. Hoy es el aburrimiento de los domingos que permea en los cajones donde se guardan las fotografías de otros años –instantáneas de amigos que cayeron muertos. Al ver esos rostros tan jóvenes, ajenos a cualquier idea de muerte o sacrificio, dan ganas de tirarme contra la ventana y caer como un trapo viejo –desde el sexto piso- en los hombros de algún paseante o en la calva del viejo toxicómano que odia a todos los vecinos de este building en que vivimos más de doscientos -la mayoría extranjeros. Pudiera ser que no hubiera hombros ni calva sino el limpio pavimento para caer de bruces y mirar por última vez la sombra de mis días. Hasta aquí el aburrimiento del domingo ha hecho posible la idea macabra de asesinar al viejo calvo que se pasea en los corredores de este building durante la madrugada. Ojala fuese el splend que pulsaba en Baudelaire el que orientara este viaje en la negra página, y no este tedio que hace pensar en los terroristas como a verdaderos santos del más puro nihilismo o del más sucio idealismo extremo.
     Ni una vaca resistiría el aburrimiento que este domingo chorrea a mares. Ni Serrat convencería con aquello de “Hoy puede ser un gran día… planteéselo así”. Es un domingo que lleva inevitablemente hacia el hastío. Todo se vuelve abrumadoramente inútil y perecedero. De nada sirve tener sistema de cable y cientos de canales, en todos ellos parece y aparece todo tan de domingo, tan desechable y sin mea culpa after that cuando me he situado en el zapping durante horas y no hay volumen que reviente el vocerío que ha hecho panales en el cerebro. 
     Afuera en el corredor está el ajetreo de los niños que pelotean porque afuera la temperatura hace imposible llevarlos a ninguna parte, y tenerlos adentro del apartamento hace imposible sacar las cuentas de las deudas o establecer las prioridades sobre los gastos que se anuncian con el reinicio de la escuela en las próximas dos semanas. Leer a Slavoj Zizek a la luz del día, y en domingo, es mejor no hacerlo. Es mucho más conveniente leerlo –Living in the End Times- durante la noche y a la luz de una lámpara, recostado en un sillón e ignorando el día y fecha en el calendario.
     Tan poco –o tampoco- alivianaría el tirarse en la cama y echar una cabeceada. Es tan pesado el día que, más que sueño, es la sensación de morir aplastado la que surge apenas se ha acostado uno. Las aspas del abanico no hacen el efecto que en otras tardes cuando me rescuesto y espero la hora en que debo abandonar el apartamento. No hay la imagen de vuelo o desaparición. Pienso en Amy Winehouse Frank y en que se ha emancipado ya de todo ese tormento que la acompañó desde los quince o los dieciseis años, supongo; pienso en el cubano Eliseo Alberto, que murió en domingo, una semana antes de este aburrimiento, y en que nos dejó toda su poesía en los títulos de todas sus novelas; pienso en Lucien Freud que murió el mes pasado; pienso, pienso y pienso, hundido en la tristeza que produce pensar tanto, sobre todo cuando es domingo y no hay besos en el horizonte sino, a lo más, el sopor alucinatorio que hace ver la caída de un trapo viejo en los hombros de un paseante o en la calva del viejo toxicómano que odia a todos los inquilinos de este building de ocho pisos. Mejor será escuchar a Amy y beber una copa de vino fresco, con los ojos cerrados e ignorando que es domingo.


5 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Hermoso texto.

    Interesante leerte en lunes de viento fresco, sereno, desde el pequeño balcón amaderado en que tus palabras rezuman un domingo en el sexto piso.

    Hermoso, como el instante mismo en que los párpados están a punto de unirse.

    Un saludo desde otro piso, otro día, otra ciudad

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  3. Gracias, Eze, por el interés de leer este texto que calificas de hermoso. Siempre será un ojo de pavorreal el que alimentará las texturas del pensar.

    Un abrazo.

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  4. Leerte es siempre una experiencia, me ha encantado, de verdad. Lo de la calva me hace reír mucho. Gran texto para cualquier día de la semana.
    chau

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  5. Gracias, Miette. Saber que vives una experiencia con mis textos, es tanto como extender las plumas al pavorreal.

    Saludos

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