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jueves, 18 de agosto de 2011

Cotidianos ritos


Como cada mañana, cuando te levantas y sientes el lente de la cámara grabando cada uno de tus movimientos. Sin prisas. Sin prisas vas untando tu cuerpo de aromas, vas pintando tu cara, vas haciendo que el viejo Max se revuelva en sus operaciones ante el ordenador, donde dice que piensa toda vez que escribe, que inventa toda vez que asoma los ojos por la ventana y mira que estás allí, casi desnuda, con un pie puesto sobre el banquillo de madera y terciopelo verde. De las puntas de tus dedos sale toda esa pintura encarnada que suma consistencia a la fina malla de la media en que se muestra el muslo. Luego de ajustar los broches a la media, sonríes para los ojos que están sobre la cama y sientes cómo esos ojos palpan tus pechos y tiemblan, como tiemblan las manos del viejo Max cuando va a encender el cuarto cigarrillo de la mañana. Acercas la cara al espejo, repasas con la uña el dibujo de los labios: fina orilla en que rebasó el color. Por instantes desbaratas la nave en que se pasea tu boca y haces una y otra mueca y las repites en distintos ángulos, con la certeza de que la cámara ha dado el ritmo conveniente a cada uno de tus movimientos. Antes de vestir el cuerpo, sin que te inquiete la mirada que el viejo Max extiende hasta tus cabellos negros, posas para los ojos que siguen en la cama, abismados en las formas que la inconsciencia derrama de silencio. Surge entonces el parpadeo coqueto, la sonrisa que lo acepta todo. Surge el pensamiento que se resuelve en la figura de un deseo.
     El viejo Max piensa ante el ordenador y escribe la idea que carcome la lengua: No sé que sea mejor… suspende el tecleo y mira hacia la ventana, donde sigues casi desnuda parada ante el tocador. Los ojos se han levantado y desaparecido en el silencio de otro mundo; pero no el lente de la cámara. Sabes bien lo que tienes que hacer con tus manos, con tus ojos, con tu boca. Recoges el vestido y te lo pones. Sin prisas vas ajustando cada uno de los botones mientras de tu boca comienza a salir una grave, pausada melodía. Contemplas parte de tu cuerpo ante el espejo, y luego de hacer medio giro, abandonas la habitación. Otra será la película en que vivirás después de salir por la puerta principal.  
     El viejo Max lee la idea que acaba de escribir, la contempla y se sitúa con ella en el espacio que dejan las palabras. La idea le molesta y la quita aplastando el pulgar en la tecla que lo borra todo. En el fondo azul de la pantalla asoma el fantasma de su cara. Cierra los ojos y la idea le punza en la cabeza: No sé que sea mejor: renunciar a la farsa en que me metí a vivir desde hace años o continuar mintiendo hasta borrar las fronteras en que el delirio asoma cada día con más descaro.

4 comentarios:

  1. Me ha gustado. Describes muy bien, y casi he podido vivir la escena en directo. Un abrazo y que te inspiren los aromas ;)

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  2. Gracias i-La que canta con Lobos. Siempre tus palabras me han alegrado.

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  3. Qué bonito, es cierto, la acción está tan bien narrada que es como asistir a ella.
    Contigo la calidad siempre está presente.

    besos veraniegos

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  4. Querida Miette, es tu lectura la que hace que este y otros textos sean y signifiquen; ya sea calidad, ya sea hermosura, ya sea lo que sea que signifiquen, al final de cuentas, es el lector quien da vida a ese cuerpo llamado texto.

    Abrazos

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Gracias por asomarte a este blog de instantes

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