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domingo, 24 de julio de 2011

Las palabras de Marcel


A Marcel lo conocí en un trabajo editorial. Él es colombiano asentado en Austin desde hace varios años. Ha vivido en diferentes países, y me ha dicho que, si pudiera, viviría en Italia, precisamente en la ciudad de Florencia.
     Como suele ocurrir entre personas que llevan una sombra del tamaño del caosmos, a Marcel le afecta todo eso que tiene que ver con las relaciones entre espacio y tiempo, entre cuerpo y mente, entre alma y espíritu. Pero lo que más le afecta a Marcel es vivir la poderosa idea de la diferencia que se gesta efectivamente en los intersticios del ser y el no ser. “Es allí donde la mirada –me ha dicho Marcel- vaga transida por los días del olvido y la memoria. Es allí donde lo que soy se pone en cuestión por todo eso que está allí y que, en efecto, está como todo eso que no soy”.
      Cuando escuché a Marcel por primera vez hablar, fue como si estuviera entre un montón de niños que dicen y se desdicen con distintos tonos y en distintas velocidades; con ese desparpajo tan suyo para hablar de las cosas de la vida, tuve la impresión de estar escuchando galimatías saturados y suturados con fraseos quebrados y contundentes. Recuerdo cuando le escuché decir esto que, desde entonces, me ha sido inolvidable: “La gente piensa y habla con un yo improbable. La gente dice yo creo... yo supongo... yo pienso... yo digo... Y todo eso nada más que para decir lo que tantos creen, lo que tantos suponen, lo que tantos piensan (aunque no necesariamente piensan tanto; paréntesis de Marcel)”.
     Después que Marcel dijera eso -por cierto, expresado con un poco de tristeza y desesperación- recordé aquel añejo “periquete” del maestro Suaves (cuando aún firmaba éste sus periquetes como Arturo Suárez) que decía: “Cuando dices la gente, ¿te incluyes?” Y fue así que sin citar la fuente, le lancé a Marcel dicho periquete.
     “Decir la gente es tanto como apuntar -reaccionó Marcel, esta vez con un poco más de desesperación que de tristeza- hacia una nebulosa colmada de fantasmas. Por tanto, cuando digo la gente es imposible que yo me incluya, por cuanto que aún me faltan algunos lustros para dejar este cuerpo que aún me asegura que estoy vivo. En cambio el yo del que hablé hace un momento, el yo improbable de la gente que piensa que se halla dentro de un yo, es más una ilusión que otra cosa”.
     Desde que soltó Marcel todo este fraseo que he venido citando, han pasado ya varios meses, casi un año, para ser exactos. Desde entonces nos vemos de vez en cuando o nos comunicamos mediante internet, y es aquí, precisamente aquí en la internet que Marcel alcanza las alturas de su animal favorito, el cóndor.
     Ahora en lugar de estar oyendo a niños hablando con un lenguaje tan lleno de abismos y de ecos encimándose, la voz de Marcel es un entramado de líneas que se hace con curvas y ángulos, por donde los silencios son como verdaderos oasis que hay que procurar, o de lo contrario es fácil caer en estados febriles que llevan al desconsuelo y al cansancio supremo, que es tanto como sentir más necesidad de muerte que de vida.
     Desde luego que no todo en Marcel se hace con plena presencia, o si se quiere, con inolvidable hechura. En él como en todos los de su estirpe, la pendejada cobra todo el sentido de la hermosa ironía o el de la terrible contradicción. Es tal vez por esto que Marcel se ríe del académico pellejo que rezuma trascendencia. “Y mira que los poros de la piel tienen todo el encanto de la pequeñez indestructible” ha dicho Marcel en más de una ocasión. Por supuesto que alguien que afirma categórico en que el yo es algo improbable, es alguien que gusta de la música y de la poesía. De aquí que Marcel en sus breves textos que me hace llegar por email son textos que traen adjuntos musicales y, a veces, uno que otro poema del que casi siempre olvida darme a conocer la autoría.
     Ayer, por cierto, me hizo llegar el siguiente texto suyo, acompañado con música (Artificios) interpretada por un cuarteto de guitarras (Manuel M Ponce); en esta entrega no había poema o poemas adjuntos, sólo el siguiente texto que dice:
Hasta ayer supe lo que es realmente caminar en Austin (doce millas, a cálculo). Al caminar supe y sentí todo el cuerpo. Ahora puedo asegurar que se trataba de un cuerpo que caminaba bajo la ausencia de cualquier pensamiento. Todo en él se hacía sensación. El aire pegaba en mi cara, en tanto que debajo de mis pies, poco a poco, fue haciéndose un marecito de ampollas que iba convirtiéndome en el hombre más triste que puede haber sobre la tierra. Y con el viento llegaban aromas y olores propios de una carretera llena de autos corriendo a gran velocidad.
     Por el contrario ahora que te escribo, descubro que en el escribir está nada más que el pensamiento sobre un cuerpo que vive en otra parte. Es aquí en esta curva del tiempo que aparece el extraño que iba caminando ayer en sus silencios de sombra y boca reseca. Según parece, en mí estará siempre inscribiéndose esa idea de la que luego acabo hastiado hasta el putrefacto vómito.    
     Mejor es que escuches Artificios; es posible que logres experimentar, mediante algunas piezas, el vivir las delicias de una de las Mil y una noches.
      Hasta pronto,
     Marcel.
     

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