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viernes, 29 de julio de 2011

Kafka no ha visitado a mamá



Por cosas de la piel, Kafka no ha visitado a mamá en todo el verano. Tal vez, o seguramente, los 105°F que se han venido dando en las última semanas por acá, obligaronlo a mantenerse hundido en las frescas aguas de la tina, leyendo alguna manga japonesa y bebiendo sidra helada. Tampoco mamá ha salido al patio a pintar sus acuarelas, ha preferido encender los abanicos y andar desnuda por la casa desde las dos hasta las nueve de la noche, tiempo en que el sol nos abandona y ella se pone a escuchar sus discos en la sala, vestida con su bata azul que le regaló el tío Manuel, picando quesos y tomando cerveza obscura.
     En otra época y en otra ciudad,y por supuesto con temperaturas diferentes a las de este verano en Texas, Kafka se habría dirigido a la casa para saludar a mamá y la habría visto pintar sus acuarelas. Se habría sentado en la silla mecedora que teníamos, y mientras la tarde iba muriendo, mamá y él habrían estado charlando de sus cosas. En esa época y en aquella ciudad mamá no había comprado ninguna casa. Vivíamos en apartamento rentado, mamá trabajaba modelando, yo tenía seis o siete años y Kafka era, para mí, un ser extraño a quien me daba miedo mirar.
     ¿Quién es Kafka para mamá y quién es mamá para Kafka? Kafka ha visitado a mamá desde que yo era un bebé, creo. Cada semana llega a la casa, se sienta, revisa los objetos que mamá ha comprado últimamente y permanece quieto, oyendo las voces que suceden en la tarde. Mientras tanto, mamá pinta o le prepara alguna bebida –casi siempre agua fresca con frutas o algún té de bolsita-, y si tienen ambos humor, se ponen a hablar de sus cosas. Nunca, desde que recuerdo, los he visto discutir o gritar sus rencores o sus odios. En realidad, Kafka habla muy poco; es mamá la que usa más la lengua y es ella quien va dando rumbo a los temas. Yo hago como que no escucho ni veo nada. Cuando era niño, simulaba que jugaba, pero lo cierto es que había algo en Kafka que me aterrorizaba y que creía que, si no estaba yo allí presente, mataría a mamá con la daga que yo imaginaba que llevaba guardada en su saco de pana azul.
     Sería muy fácil asegurar que ambos son amigos desde hace tiempo, lo cual no arregla ni aclara nada, pues en el fondo hay y habrá entre ellos un mundo en el que no he tenido acceso para conocer. A mamá la quiere nada más su hermano Manuel, los otros hermanos y hermanas la desprecian y nada quieren saber de ella. De papá sólo sé que se marchó de casa cuando ella estaba embarazada. A veces he llegado a pensar si, en realidad, es Kafka mi padre y se ha hecho pasar, ante mis ojos, nada más que como un amigo de mamá. Pero pronto desecho esta idea. Él no podría ser mi padre porque él nunca se ha interesado en lo que pasa por mi cabeza. Jamás me ha preguntado nada. Es tal vez por esto que me asusta mirarlo, por todo ese mutismo que lo envuelve hasta la náusea.
     ¿Cómo se conocieron mamá y él y en qué circunstancias? Difícil decirlo. Ambos se comportan como si se conocieran desde que eran niños. Entre ellos hay una cierta comunicación animal. No es a través de las palabras sino a través de la mirada, del olfato y del pensamiento que se comunican. Lo que para mí es silencio, tal vez, para ellos es toda una algarabía de sentimientos los que se expresan el uno para el otro. Otra cosa que sé es que Kafka ha sentido en los últimos años gran atracción por las mangas japonesas, que las disfruta mucho leyendo y admirando en los rincones de su apartamento, sobre todo en las noches. Al parecer, quiere que mamá haga cuadros con la poética de las mangas; pero mamá, aunque no ha dicho un no rotundo, hasta ahora ha preferido seguir pintando naturalezas muertas o abstracciones provenientes de sus lecturas del tarot.
     -Es con esta clase de cuadros que compré la casa, ¿lo olvidas? –dijo mamá esa tarde en que Kafka le propuso cambiar de estilo y de técnica.
     -Debes intentarlo. Si en verdad te consideras artista, debes intentarlo –reaccionó Kafka.
     Después de hablar sobre esto, mamá se tiró en el jardín y se dispuso a observar las flores silvestres que habían nacido. Kafka entró en la casa, tomó su chaqueta y se fue sin decir palabra. Esto ocurrió hace más de dos meses. ¿Será que lo desilusionó la respuesta que dio mamá a su invitación? No lo creo. Más bien creo que han sido las altas temperaturas las que lo mantienen alejado de todos. Pero que yo recuerde, Kafka jamás había dejado de visitar a mamá por tanto tiempo.
     Quizás esté yo equivocado. Podría ser que sea mamá la que ha estado visitándolo, por las noches, durante las últimas semanas. Ya lo creo que sí. Mamá no tiene problemas para manejar, en la noche, el carro ni para orientarse en calles iluminadas artificialmente. En cambio Kafka, como se lo escuché decir en alguna ocasión: “Cuanto menos deba utilizar el coche, mejor”. O también, es muy probable que sólo sean inventos míos, que Kafka ha venido mientras yo estoy en casa de mis amigos y que no es cierto que se haya distanciado de mamá. Pero lo que sí es cierto es que la temperatura ha estado infernal, y que a mamá no hay nada que más la haya alejado de pintar que los 105°F. Puede pintar con 20°F, como lo hizo en el último invierno. Pero este verano ha sido, de veras, insufrible.
     ¿Por qué Kafka se vino a vivir a esta ciudad? Es otra historia que contaré más adelante, o tal vez nunca. Mamá no sabe las historias que he hecho alrededor de ambos, y prefiero que continúe ignorándolas. Son tan tristes las acuarelas que pinta, tan loca la vida en que se pasea por las calles cuando me lleva a la escuela o cuando se va sola y me abandona en la casa, que algún día pondré todo sobre ella en esta libreta. Es tan triste verla subir las escaleras desnuda o con la bata puesta, borracha, que a veces tengo ganas de echarme a correr y no parar hasta que reviente el corazón.
     Hoy es sábado. Quizás llegue Kafka de un momento a otro. Ahora estoy dispuesto, si viene, a mantener la mirada en él y a sacarle conversación. Ahora hasta siento ganas, auténticas ganas, de verlo; no sé si mamá sentirá lo mismo.

2 comentarios:

  1. Qué bueno, no te imaginas lo que me ha gustado. En tu escritura siempre hay algo de autor americano, algo inquietante y genial.
    Muy original, sin duda, tengo que pasar a verte más.
    un beso

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  2. Gracias, Miette. Siempre serás bienvenida.

    Un abrazo y un beso.

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