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domingo, 5 de junio de 2011

Entre seres y otras inexistencias

Extraños instrumentos que sirven a la imaginación.
      Los instantes, un rosario de misterios contado a la sombra de existencias que viven, a veces, como si el tiempo no existiera. En sueños, los galápagos tocan los perfiles de las cosas y caminan con la incertidumbre de no estar muertos. Cuando recuperan la visión clara, fuera de casa, por donde las horas transcurren al paso quieto de los segundos, echan el ojo y se les empaña por tanta claridad. Descubren que existen cosas que ignoran lo acontecido, todo el tiempo quietas,  indiferentes a los vacíos. Los vacíos, tan necesarios para caminar
para oler
para descansar la mirada
el pensamiento.
     Los vacíos:
     Las superficies que se empeñan en la negación, en el embarazo de la voz inextricable, el préstamo; el crédito tan caro para esos otros seres que sienten morirse por las sucias futilezas de una mancha escurrida en el lienzo de pintura, que sienten morirse cuando se les escapa la perfecta construcción de una imagen. No. Los galápagos creen y viven persiguiendo el misterioso orden que subyace en lo incompleto, en lo imperfecto que es todo. No desconocen que hay honduras que jamás podrían ser sin sostenerse en la superficie de su piel, de su extensa piel.
     Entre tanta existencia varia que ocupa un sitio bajo el sol y bajo la luna, los galápagos circulan arrastrándose, deteniéndose en las esquinas de su emoción, circulan ensimismados, sometidos a la idea de que han despertado del sueño de la muerte (sueños cargados de olvido).
     En las noches, los galápagos suelen prepararse para la caída mortal. No descansan, en su cuerpo hay siempre un fardo que los aplasta, que los hace sentir eternamente cargados de cansancio. Sueñan con estar en otras latitudes. Suponen que la invisibilidad que habita dentro de sus cuerpos,  es el otro mundo posible que los redime de vivir esclavos de toda ley, de toda regla.
     Sueñan.
     En el vacío está  el refugio natural de los galápagos. Por naturaleza, estos seres huyen de todo aquello que se muestra lleno. Se obstinan en querer descansar. Quieren descansar.
    Pero:
    Molidos por tanta mole en las espaldas, viven todo el tiempo con la obsesión de quitarse la mortal carga, y tiemblan y se tambalean sobre las frágiles y borrosas líneas que les nacen a los otros como única posibilidad para sobrevivir.
    Sobreviven, pero...
    Cierran los ojos, colocan la mano alrededor del cuello y acarician la piel buscando atrás de sus párpados la imagen última, exactamente la última que se les presentó como instante de vida. Caminan largas distancias sin que la vida los devuelva nunca al lugar del instante en que se detuvieron para contemplar algo que no podía estar en las estrellas.
     Más allá de la esquina los esperan otros vacíos, otros caminos que hacen dudar a los galápagos.
    Entre estos seres -existencias de un mar baboso- se levanta un cristal que hace verlos fragmentados, desfigurados para ellos mismos, y es entonces cuando utilizan los instrumentos de la imaginación, y cuentan y miden el  trozo como ante un misterio.
     En el trozo también existe la dimensión de ese otro tiempo que necesitan. Por el fragmento alcanzan la sensación de la ingravidez. Caminan con la sensación de haberse despojado de ese algo enorme que no los deja descansar como desearían. 
     Pero...

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