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jueves, 26 de mayo de 2011

Solo en la noche


Tras de ver cómo se llenaban y se vaciaban los huecos entre las mesas del café, pensaste en la noche: La noche se irá haciendo más y más vieja. Tras de pensar esto, meditaste en cómo todo el espacio era modificado todo el tiempo. Sentías cómo todo el tiempo algo sucedía en las cosas, junto a las cosas, dentro de las personas, sin que supieran las personas, y aun sabiendo las personas, lo que sucedía llevaba a pensar en todas las ficciones con las que, sin tú buscarlo, vivías a diario.
     Diste un breve sorbo al té, luego recogiste la cajetilla de cigarros que había sobre la mesa y extrajiste uno. Mientras escapaba el humo por entre los labios y la nariz, continuaste en tus razonamientos: Hablar del final es una ficción. Sentirse en el principio es una ficción. Tener tantos años de edad es una ficción. Desde donde estabas, podías ver todo el vaivén de los camareros y camareras y de todos los que entraban y salían por la puerta azul de cristal. Todo esto es una ficción, remataste en el magín.
     La noche se fue haciendo más y más vieja. Pero al mismo tiempo que esto experimentaba tu cuerpo -el gradual envejecimiento de la noche-, debajo de la piel estaba ocurriendo el nacimiento de algo. Era como si al mismo tiempo que algo moría, algo nacía. Decir algo era una manera de indicar la sensación que nace y muere debajo de la piel, incluso, sobre la piel; decir algo era aceptar el desconocimiento de esa presencia que nace al mismo tiempo que algo  muere. 
     Hay cosas que son más que cosas; así como hay cuerpos que son más que cuerpos. Estoy convencido de que en cada cosa hay algo más, siempre hay algo intangible que la habita, y en ese algo se ofrece la idea del desconocimiento que es más, mucho más, que el habitual ejercicio de utilizar el nombre de las cosas. 
     Después de hacer otras tantas cavilaciones y de beber todo el humo de los cigarrillos que allí no dejaban de fumarse, abandonaste la cafetería. 
     La noche estaba más oscura que otras noches. No había estrellas, y la luna, si estaba, no mostraba su condenada cara. Su condenada cara para el incansable ejercicio de mitologías y de otros paralogismos a que ha estado sujeta desde hace siglos por la imaginación sagrada, poética. Tal vez el nubaje, asimilado por la espesa oscuridad, invisible para tus ojos, no te dejaba conocer con cuál rostro estaba la luna cantando al silencio. Entre todo ese más que se agazapaba en zonas invisibles, continuaste tu andar peripatético, sobre un pavimento en el que la sombra, la tuya, era una pálida sombra recortada por las luminarias de la calle. Detrás de todo y más allá de la luz artificial, el silencio era un desolado animal que gemía y soplaba sobre aguas estancadas. Más o menos así íbas sobre la sombra, adentro del cuerpo y con las sensaciones debajo de la piel, y la noche que no dejaba de arrugarse hasta apretar con su espesa oscuridad tu carne. El espíritu de la carne. Y luego, en otra tesitura: Un yo que aparecía y desaparecía como cualquier otra cosa llevada y traída por los días. 
     Pensaste en el animal que habías visto (((hace tanto tiempo))) muerto bajo la luz de una luminaria. Pensaste en él como en una cosa que va lentamente deshaciéndose. Dijiste: El silencio de esta noche es como un enorme terrón de azúcar que se diluye. Después apareció un mar delante de tus ojos, y viste claramente cómo el terrón enorme de azúcar iba hundiéndose como un embromado iceberg
     Gran silencio cayendo ante la ausencia de todo el mundo. También tú sentiste que eras algo que caía y caía en esa agua llena de negritud.
     Al doblar la esquina, intempestivamente apareció y corrió un gato amarillento hasta treparse en las ramas de un árbol, y tú, detenido por la sorpresa, alcanzaste a oír una voz que salía de la boca de la alcantarilla que había a pocos pasos de donde te encontrabas. La realidad y sus ficciones. Pensaste. Entonces, con el cuerpo inclinado, como si estuvieras mirando hacia el fondo de un precipicio, se te vino a la mente la existencia de aquel personaje de Lewis Carroll. Musitaste, más por el nombre y la asociación de éste con la noche, que por la poética que en él había puesto Carroll para expresar su mundo literario: ¿Será Bruno, que ha caído allí, en esa boca de tormenta? 
     La voz no volvió a pronunciarse. Hay noches así... dijiste, sin concluir la idea, mientras ponías en movimiento el cuerpo, ya con otras sensaciones.
     Ya no era ni abajo ni arriba de la piel el lugar en que se estaba gestando el algo más intangible de tu existencia. Había otro cuerpo adentro de ese cuerpo en el que ibas. ¿Será esto lo que estaba naciendo cuando me encontraba allá, en el café? Luego de decir esto, con verdadera desesperación, te pusiste a sacudir la cabeza, no tanto por incredulidad ante el fenómeno que se estaba produciendo, sino por el animal que había adentro de ti golpeando debajo de tu cara. Aunque manoteaste sobre tu rostro, el animal continuó golpeando sobre tu frente. Tuviste que tirarte contra el tronco de un pirul para espantar eso que había nacido adentro de ti. 
     El animal cesó de golpear. Enseguida pusiste las manos en tu cara como si fuera la cara de tu madre. Experimentaste el mismo temor y la misma ternura que acompañaban toda vez que ibas a dar un beso en la frente de mamá antes de dormir. ¿Qué ha pasado con el animal? ¿Habrá muerto o es nada más que está durmiendo? Dijiste, sintiendo un poco de alivio. Después se te vino otra sensación, o mejor, se te vino todo el terror que habías conocido cuando eras niño y no había nadie para calmarte. 
     ¿Dónde estoy? Preguntaste a la sombra que había alrededor del grueso tronco de pirul. No hubo respuesta, sólo un silencio que te puso a orillas de la cama aquélla en que habías conocido la angustia cuando apenas ibas a cumplir los cinco años. Temblabas, no precisamente de frío sino de terror por no saber dónde estabas ni qué era lo que había nacido adentro de ti. Tiempo después, por entre el ramal, alcanzaste a divisar la piel arrugada de la luna, con la boca atravesada por un velo negro, transparente.  
     Ante tus aterrados ojos, la noche se fue haciendo más y más vieja. No había nadie que te dijera dónde estabas.

5 comentarios:

  1. Hola, veo que ya tienes 8 seguidores, muy pronto se irán multiplicando, todos queremos satisfacer la curiosidad de meternos en la mente de los demás, los blogs son un pedacito de esto.

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  2. Gracias Yarit. Los blogs son el lugar idóneo para experimentar y exponer lo que hacemos con las palabras. Están más allá de cualquier consejo editorial y de cualquier objetivo económico. En los blogs considero que se están gestando las vías para lograr la verdadera revolución de las artes y la literatura. El ser -artista o escritor- es lo único que cuenta en ellos.
    Saludos,
    Bocanegra.

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  3. Cuánta razón tienes, así que ya tienes un fan más. Saludos.

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  4. Gracias Daniel, por hacer tu comentario y por proponerte entre los seguidores de este blog. Ya visitaré el tuyo y te haré llegar mis apreciaciones.

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Gracias por asomarte a este blog de instantes

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