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martes, 3 de mayo de 2011

Señor X

La duda lo fue llevando a la zona de los espejismos. Hasta la sombra que se desprendía de su cuerpo tenía para sus ojos, o mejor, para la razón que lo colocaba ante la realidad, algo de ajeno y de imposible. Sin haberlo calculado antes, la duda fue embromando el caletre hasta más no poder. El pulso exploratorio en las cosas había dejado de ser ejercicio para sus días de filósofo cartesiano. Los ojos se le llenaron de velos grises -ni la luz del sol lo hacía experimentar la perfecta dimensión en que se ofrecían las formas- y la lengua hacía maloliente espuma en el silencio de las horas en que buscaba proponer algo cierto en su escritura.
     "Dudar de todo es traer la soga del ahorcado a diario", pensó en uno de esos días menos aciagos para su existencia.
     Cualquier expresión tenía agujeros por los que se escapaba lo cierto y seguro. En otras épocas, esa misma expresión habría hecho a su pensamiento experimentar un alud de posibilidades infinitas. Ahora no. Ahora podía ser nada más que lama y pestilencia. No había nada en él de leve. Espeso era el batido en que prolongaba algún mal o buen pensamiento.
     Lo peor llegó cuando hasta de su nombre tuvo dudas. Fue en un trámite burocrático que el nombre que pronunció -su nombre tantas veces puesto en papeles diversos- se le hizo ajeno e imposible de ser suyo.
     "¿Le ocurre algo, señor?", preguntó la señora que había detrás de un mostrador que se prolongaba hasta un fondo de voces y teclas que sonaban en una guerra sin cuartel.
     "Nada nada. Es solo que he olvidado mi propio nombre" -aclaró el señor X mirando el techo que presentaba manchas de seco orín.
     La mujer lo vio, entonces, con una mezcla de pena (en los ojos), de burla (en un rictus) y desesperación (al arrugar finalmente el ceño).
"Hay demasiada gente esperando..." acabó por decir la mujer, haciendo con la mano como que barría algo en los pliegues del aire que allí se espesaba por los humores de tantos cuerpos acumulados a fuerza de esperar.
     "¿Qué seguirá después de esto?" dijo para sí mismo el señor X, cuando abandonaba el edificio.
     Despues de esto, lo que siguió fue un mar de mierda, y él en medio como una isla mosca temblando de horrorosa incertidumbre.

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