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viernes, 20 de mayo de 2011

El piano y Estanislao

Para mi amigo Gerardo Gutiérrez Cham.


Aquel muchacho, mientras estaban en sobremesa charlando los tíos y las tías, los primos y las primas -la mesa era grande, oblonga y de madera fina y pesada-, decidió abandonar la vida nornal que hasta entonces había llevado. Salió el muchacho de la casa y se trepó en un árbol. Allí vivió por el resto de sus días. La historia es larga y cargada de otras historias como la mesa en que había estado meditando aquel muchacho, y fue contada por Ítalo Calvino en una novela de cuyo título no recuerdo. Hace tantos años que la leí. Otro autor, inglés si mal no recuerdo, escribió una novela en la  que un profesor de gimansia decidió dejar de hablar. Su comunicación comenzó a hacerla, entonces, mediante señas y gestos. Supongo que deben de haber muchas otras historias semejantes en el mundo de los libros -son tantos los libros que se han escrito y publicado en la historia del mundo que, como alguna vez dijo mi abuelo Felisberto: ni el más voraz de los lectores podría agotar la centésima parte del tiempo ocupado por todas las bibliotecas en el mundo. Supongo que conocerás otras historias con casos semejantes a los de aquel muchacho y del maestro de gimnasia.

     Ahora leerás la historia de Estanislao. Estanislao es mi primo desde hace cuarenta años. Estanislao no ha querido hacer otra cosa en la vida que tocar el piano. Lo toca desde que cumplió los diez años. Antes nada más lo acariciaba y hablaba con él. Fue a los siete años que la tía Gertrudis, viendo a su hijito que todas las tardes y las noches se las pasaba acariciando las teclas y la madera del Steinway, le trajo un profesor de piano. Se llamaba Francisco Hernández y era el organista de la Catedral Metropolitana. A los pocos meses de haber iniciado su aprendizaje con el maestro Hernández, mi primo Estanislao tocaba ya algunos preludios de Mozart y de Haydin. A los dos años ya tocaba "La Patética" de Beethoven. En fin, que el primo demostró -a los diez años de edad- tener un talento de los mil demonios. A los quince su repertorio era amplio, variado y de una calidad insuperable. Lo mismo tocaba sonatas que conciertos, música alemana que rusa. No diré que tocaba la música de todo el mundo, porque al igual que sucede con los libros, el abuelo Felisberto habría dicho que ni el más melómano de los melómanos en el mundo habrá escuchado y tocado la centésima parte de toda la música que se ha compuesto en la historia de la música.

     Hasta antes de cumplir los veinte años, el primo Estanislao pasaba ante los ojos y oídos de quienes nada sabían de su talento, como un muchacho normal. Es verdad que ya se le comenzaba a notar una leve elevación entre los hombros, una leve giba causada seguramente por las muchas horas que se pasaba inclinado ante el piano, tocando las bellezas de los grandes compositores rusos y occidentales. Caminaba normal, miraba normal y, aunque no hablaba mucho, lo que decía estaba perfectamente adentro de lo normal. Fue al cumplir los veintiuno que dejó de ser normal. Cualquier cosa que le preguntara la tía Gertrudis, el primo no hacía más que reírse y encerrar la cara entre sus grandes manos. Si la prima Isela le comunicaba que había unas amigas que querían conocerlo, el primo Estanislao se ponía a gritar hasta el colmo de hacer salir corriendo a todos los habitantes de la casa.

     -Se ha vuelto intratable - comunicó la tía Gertrudis a su marido, el tío Anselmo, un mes después de que el primo había iniciado a actuar de manera anormal o rara.
     -Ya se le pasará el berrinche -explicó el tío.
     Lo cierto es que, el berrinche -como había llamado el tío Anselmo a esas reacciones inesperadas o sorprendentes del primo Estanislao- no sólo no desapareció sino que se fue transformando hasta hacer del primo un ser imposible para tratar con nadie.
     Estanislao llevó el berrinche hasta el extremo de no salir de casa para no ver ni hablar con nadie. El colmo fue cuando, definitivamente, renunció estar hasta en los otros espacios de la casa. Desde los treinta y cinco -ocho años después de haber muerto la tía y diez de que se fuera de viaje el tío Anselmo para nunca volver-, Estanislao ha permanecido encerrado en su habitación y no ha vuelto a salir. Por estos días cumplirá los cuarenta. La tía Gertrudis murió pero dejó al cuidado de su hijo a una sobrina -mi hermana Guadalupe.

     Es mi hermana la que ha dicho que el primo Estanislao come y defeca en el mismo cuarto donde toca a Stravinsky y a otros compositores modernos. Ni Isela ni las otras dos hermanas quisieron hacerse cargo de Estanislao, el hermano mayor. Lo abandonaron como a un perro a su suerte.
     -Para dejarle los platos con comida, debo primero amarrarme una pañoleta en la cara y sacar los baldes en los que se mea y se caga -ha confesado mi hermana Lupita a su marido, un pintor de brocha gorda llamado Sebastián.
     -¿Y por qué lo sigues haciendo? -le preguntó el otro día su marido.
     -Porque le prometí a mi tía que no abandonaría al primo hasta que se acabara el dinero que ella había depositado en el banco, y hasta ahora, quedan unos buenos billetes. Además, con lo que tú me das no alcanza para comprar todo lo que te comes.
     Yo más bien creo que mi hermana ha venido haciendo de mucama de mi primo Estanislao porque, después de todo, es una piadosa mujer y, sin duda, un poco loca como él y como otros parientes que hay en la familia.
     ¿Qué habrá de suceder cuando se acabe el dinero que hay en el banco para la manutención del primo? Quién lo sabe. Lo que ocurra a partir de entonces, será otra historia.

3 comentarios:

  1. Mira que tantas historias pueden ser bien contadas y a pesar de eso entre cada palabra se esconden infinidad de detalles.
    Muy buen relato :)
    Gracias por pasar a comentar en mi blog, mil gracias, tus comentarios son muy valiosos ;)

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Me enternece Estanislao: prodigio y heces, rutinario y único. Y al lado de él, las condiciones de humillación a las que la vejez, la enfermedad, o cualquier tipo de marginalidad, puede llevar. Por ello, la compañía de los nuestros siempre salva. Lo más increíble de la literatura es que hace hermoso y soportable nuestras desgracias. Gracias por tu texto.

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