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domingo, 8 de mayo de 2011

El otro lugar

En realidad no se podía estar exactamente en el mismo lugar que el cuerpo ocupaba. Cualquier lugar era siempre un "en vez de", un cierto signo que lanzaba a otra parte el otro cuerpo. Así, al escuchar el canto que decía: "las piernas de la amada son fraternas / cuando se abren buscando el infinito" eran otras piernas del lado del que estaba acá escuchando. ¿Cuáles piernas? Sólo, nada más, otras piernas. Entre la voz que cantaba y las palabras que decían eso que estaba siendo cantado, surgía el otro lugar, el otro mundo por el que se podía ir hacia lo desconocido. De manera semejante sucedía al estar leyendo algo. Todo allí en la lectura impulsaba la existencia del lector hacia otras latitudes. Las manos tocaban la cera del cuerpo que estaban formando las otras manos. La boca se abría y dejaba entrar el sabor de los duraznos en almíbar. Luego el cuerpo regresaba al lugar que había sido ignorado durante horas. Pero sólo un instante permanecía allí, o mejor, sólo un instante soportaba la presencia del cuerpo ese lugar. Aparecían otros ojos que hacían ver eso que las manos no alcanzaban ni alcanzarían nunca a tocar realmente. La ficción se hacía, entonces, al ser experimentado el no lugar, o si se quiere, el otro lugar en el que nunca realmente se llegaría a tocar con todo el cuerpo. Es con esta ficción que el mundo giraba según la ilusión en que nos veíamos en el vacío de una esférica idea. Es con esta ficción que la luz del tiempo se acoplaba al espacio en que tocabamos el lugar cincelado por la hora de otro día. Es sombra de luz el pensamiento en que caíamos a orilla de las cosas diarias. Otras cosas, es verdad, que estaban por el envés que la ilusión nos inventaba.

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