Buscar este blog

sábado, 28 de mayo de 2011

De saltos y acabamiento.



Hay que estar loco para escribir sobre sí mismo. Sobre sí mismo no hay más que una realidad imposible de ser contada sin mentiras. Es, quizá, la obsesión de no querer escapar de esa vida envuelta por imágenes de eternidad, que hace que el loco viva con la oreja puesta en los agujeros por donde se filtran voces y otros sonidos que lo inquietan hasta tiritar de miedo. La eternidad. Es la eternidad el sí mismo en que el loco se envuelve para no ver el sentido de las diferencias. Escribir sin renunciar al sí mismo es acabar con los dedos ampollados, débiles por tanto estar escarbando en el lugar donde lo mismo se aposenta. Pero el corazón, el corazón está más vivo que nunca. Está agitado de escarbar y decir lo que en limpio se expone. ¿Qué escribe el loco?
     El sí mismo es un día a la misma hora en que halló todo eso que se le escapaba desde siempre. Desde entonces habla de esa hora, de ese cielo, de esa casa, de esa iluminación en que los colores y las formas lo apresaron y lo hicieron conocer eso que en los sueños era mera aproximación. Aunque dé otros nombres a lo personajes en que presenta sus historias, sabe que son los mismos personajes que conoció aquel día a la misma hora y bajo aquel mismo cielo. Es una misma historia con diferentes nombres.
     Lo otro, lo que no es lo mismo, está en lo que deja aparte o en el lugar de lo no escrito. No lo deja por voluntad propia, sino que es realidad ajena para los pensamientos en que fue haciendo la historia eterna de su hallazgo. El loco.
     No hay serie ni orden que conduzca a un final previsto. Es uno, siempre uno donde el loco fracciona el cuerpo. Descoyuntamiento, antes que anatomía, acaba siendo el resultado que lo asombra. La continuidad no es idea que en él esté aposentada. Sobre todo le atrae hacer saltos que lo distraigan de morir impertérrito. Ver la cara de la muerte en cada salto es algo que, según sus creencias, fortalece los músculos más importantes de su cuerpo: cerebro y corazón. Salta para no ser anonadado por las cosas impuestas desde afuera
     Cuando no escribe canta. El loco canta sin palabras. En su canto se ofrece todo el cuerpo en que vive al otro lado de las páginas. Es en ese otro lado donde tienen lugar los días y las cosas que fenecen, que se gastan de tanto vivir, que se esconden a las manos de la historia. Nada importa más que el canto sin palabras. Está en la voz el innombrable ser que se eleva y se desbarata en otras nubes de voz y de insustituible agua. Cuando no canta ni escribe, sueña. ¿Qué sueña el loco?
     Cielos que lo tragan todo. Noches que vomitan estrellas. Ladridos de preñadas perras y de gatas que maullan sobre tejados o sobre láminas, que desangran la paz de los durmientes o que exasperan la inutilidad de los insomnes. Nada que decir. Soñar. Ni canto ni escritura.
     La muerte no es el fin de nada. En la muerte no hay inicio ni final. La muerte es eso mismo que el loco acumula en sus escritos. Es esa muerte que se llevará cuando dé el último salto o cuando no tenga fuerzas para cantar. Secreto. Hallazgo de aquel día en aquella hora de aquel mismo cielo. Casa. Agujeros. Otras voces y otros sonidos para otras orejas dispuestas a esperar el acabamiento. La eternidad. El sí mismo.

3 comentarios:

  1. Conclusión: definitivamente estoy loca :O

    ResponderEliminar
  2. Guau Jorge, qué buen texto te aventaste ahora. Me encanta. Así debe ser la locura, como la defines, un quedarse suspendido en ese momento y con las mismas personas, todo girando alrededor de lo mismo. Como el baile eterno en Los recuerdos... de Elena. Como migrantes cuánto de loco tenemos, tantas veces girando en nuestros recuerdos, en un tiempo y espacio que ya no es.

    ResponderEliminar
  3. Gracias por tan atentas lectoras, y sensibles en extremo.

    ResponderEliminar

Gracias por asomarte a este blog de instantes

No había espacio

quería sonar como a eco de palabras sueltas como a sensaciones que se intensifican y  desaparecen  en el infinito tiempo no había espacio ni...